Las noches en vela, dar vueltas en la cama sin encontrar postura, mirar el techo esperando un sueño que no llega… son experiencias demasiado familiares para una gran parte de la población española. Inmediatamente, muchos se auto diagnostican con ansiedad, esa palabra que parece flotar en el aire de nuestro tiempo, pero ¿y si el problema real no fuera un trastorno psicológico profundo, sino algo mucho más mundano y modificable que hacemos justo antes de meternos entre las sábanas? A menudo, la causa de nuestro mal descanso no reside en una preocupación existencial irresoluble, sino en una serie de hábitos nocturnos que hemos normalizado sin ser conscientes de su impacto devastador en la calidad de nuestro reposo.
Vivimos en una sociedad acelerada, hiperconectada y exigente, donde desconectar se ha convertido en un lujo difícil de alcanzar y los rituales previos al sueño se han visto invadidos por costumbres poco saludables. Estas prácticas, lejos de prepararnos para un descanso reparador, activan nuestro cuerpo y mente de formas contraproducentes, generando una sintomatología que fácilmente podemos confundir con un cuadro de ansiedad nocturna. Explorar estas rutinas y entender su mecanismo es el primer paso para recuperar el control sobre nuestras noches y, por ende, sobre nuestro bienestar general, desmontando la idea de que todo malestar al cerrar los ojos es, necesariamente, ansiedad.
2CENAS COPIOSAS Y TARDÍAS: UNA BOMBA DE RELOJERÍA NOCTURNA

Lo que comemos y cuándo lo comemos tiene un impacto directo en cómo dormimos, algo que frecuentemente pasamos por alto al buscar culpables para nuestras noches inquietas. Las cenas abundantes, ricas en grasas, azúcares o picantes, especialmente si se realizan poco antes de acostarse, obligan a nuestro sistema digestivo a trabajar a pleno rendimiento durante horas, un proceso que requiere energía y eleva ligeramente la temperatura corporal, condiciones ambas poco favorables para el descanso. Esta actividad interna puede provocar malestar, acidez, reflujo o simplemente una sensación de pesadez que dificulta encontrar una postura cómoda y relajarse.
El cuerpo necesita estar en un estado de calma y baja actividad metabólica para iniciar y mantener un sueño reparador; una digestión pesada interfiere directamente con este proceso. La incomodidad física resultante puede manifestarse como inquietud, despertares frecuentes o dificultad para alcanzar las fases de sueño profundo, síntomas que, de nuevo, pueden ser etiquetados como producto de la ansiedad nocturna, cuando su origen es puramente fisiológico y dietético. Optar por cenas ligeras y consumirlas al menos dos o tres horas antes de ir a la cama es una estrategia fundamental para evitar este autosabotaje nocturno.