El palacio de los Luján en La Promesa se convierte nuevamente en el escenario de una perfecta tormenta de emociones, secretos, luchas de poder. Cada rincón de la finca es testigo del desarrollo silencioso de luchas que podrían cambiar el destino de sus ciudadanos. En el mismo instante en que Candela hace un descubrimiento que cambiará para siempre la vida de Simona, Manuel pierde los papeles con Curro en una lucha que amenaza con fracturar su amistad.
La guerra entre Petra y Leocadia prosigue con su escalada, mientras María Fernández sigue un proceso de recuperación tras un desvanecimiento que le lleva a encontrarse con la mala hostilidad de quienes deberían cuidarla. En este capítulo en nada es como parece, y todo personaje tiene su propia prenda. ¿Quién se conduciría a la victoria en este enfrentamiento entre egos y corazones quebrados?
3TRIÁNGULO DE AMBICIONES

Catalina sorprende a todo el mundo cuando decide dar a Martina un papel central en la reunión con los arrendatarios, mostrándoles una confianza que pocos se esperaban; es un gesto que, sin embargo, no va a ser bien recibido por Jacobo, quien se siente conformado y cuestionado: «Parece que te importa más la finca que nuestra boda», le reprocha, exponiendo así sus inseguridades.
Martina acepta el reto, está decidida a asumirlo, pero es incapaz de ignorar la tensión que acompaña la subida de su prometido. ¿Se siente Jacobo celoso de su éxito o es otra cosa lo que le produce su malestar? La relación que existe entre los dos entra en una prueba inesperada donde las ambiciones personales se contradicen con las expectativas amorosas.
Este encontronazo sutil, pero desgarrador entre Catalina-Martina-Jacobo (aunque sabíais que yo lo escribía así) es la representación de una lucha generacional y de género: Catalina empodera a Martina, mientras que Jacobo se aferra a tradiciones que ya no tienen cabida en un mundo que está en continua transformación. ¿Aprenderá Jacobo a aceptar el nuevo papel de Martina o su resistencia será capaz de volar por los aires su futuro juntos?
Catalina, perspicaz, entiende que su decisión también supone un examen para Jacobo. Si él no puede respetar el liderazgo de Martina, ¿realmente merece ocupar un lugar junto a ella?: «El amor no debe ser una jaula«, garganta en todos mundos a través de las posibilidades que ofrece a Martina. Jacobo, no obstante, educado en aquel contexto donde el varón es el jefe, se debate consigo mismo.
Martina, entre dos aguas, debe decidir si da el brazo a torcer a fin de salvaguardar su relación o si se reafirma en su nueva situación incómoda. Su dilema es el mismo que el de tantas otras mujeres de la época: ¿ser fiel a una misma o a lo que los otros piensan de una misma? Y, al mismo tiempo, los arrendatarios, expectantes, miran con atención esos movimientos, pues son conscientes de que cualquier ajuste en la superioridad de la finca movería su vida. La pregunta que queda en el aire es evidente: ¿puede el amor, mantenerse a salvo cuando se pasa el poder a otros?