Nadie tiene del todo claro cada cuánto hay que cambiar las sábanas. Puede que no haya un tiempo democratizado en el que todo el mundo coincida en que es la mejor opción, pero parece que la ciencia ha querido dar por fin a la respuesta que muchas personas se hacen en su día a día. Asusta ligeramente pensar que pasamos más de un tercio de nuestra vida durmiendo, pero así es. Y cuidar la manera en que lo hacemos y el dónde lo hacemos se puede convertir en un básico para nuestra salud y nuestro bienestar.
1LA CIENCIA Y LAS SÁBANAS

Las sábanas se ensucian debido a una variedad de factores que provienen tanto de nuestro cuerpo como del ambiente en el que dormimos. A medida que descansamos, entramos en contacto con numerosos elementos que, aunque no siempre sean visibles, se acumulan con el tiempo, creando un entorno propenso para la proliferación de microorganismos.
Nuestro cuerpo está en constante renovación y, mientras dormimos, millones de células cutáneas se desprenden y caen sobre las sábanas. A pesar de que estas células sean tan pequeñas que apenas se notan, su acumulación en la tela puede generar una capa de suciedad invisible pero real.
El sudor, compuesto principalmente de agua y sales, se libera de forma natural mientras descansamos, especialmente cuando las temperaturas son altas o cuando usamos mantas más densas de lo habitual. En los meses de verano, es raro quien no sude por las noches y además de humedecer las sábanas, el sudor también impregna las fibras de nuestra ropa de cama convirtiéndola en un espacio desagradable si no se cambia cada cierto tiempo.
Es algo menos conocido que la piel también produce aceites naturales que -siendo fundamentales para mantener la hidratación de nuestra dermis- se transfieren a las sábanas a medida que entramos en contacto con ellas. A esto se suman los restos de productos cosméticos que usamos antes de dormir, como cremas, lociones o aceites para el cuerpo, que también terminan depositándose en las sábanas.
Algo muy común es la caída de pelo y pequeñas partículas de caspa durante la noche. Aunque estos elementos sean pequeños e invisibles en su mayoría, se adhieren a las sábanas, acumulándose progresivamente. Y en esta misma línea, el polvo y los ácaros también suelen hacer acto de presencia. El polvo que circula por el ambiente se posa sobre la tela, y los ácaros, diminutos insectos que se alimentan de las células muertas de la piel, se encuentran en todos los hogares. Estos organismos proliferan en ambientes cálidos y húmedos, como el que genera nuestra propia actividad durante la noche, lo que aumenta la necesidad de una limpieza regular.
Las bacterias y los gérmenes también son protagonistas indiscutibles de nuestra zona de descanso. Cada vez que estamos en contacto con nuestra ropa de cama, estamos transfiriendo microorganismos que se acumulan con el tiempo. Una situación que se ve agravada si dormimos con mascotas o en un ambiente con alta humedad, ya que estos factores pueden aumentar la carga bacteriana en las sábanas.
La humedad puede aparecer en climas más húmedos o en temporadas concretas de lluvias o ambientes que la acompañen. Este exceso de humedad favorece el desarrollo de moho y hongos, que pueden ser perjudiciales para la salud respiratoria, la piel y -cómo no- la ropa de tu cama.