El coche eléctrico es un invitado habitual en las sobremesas, tanto de los ciudadanos corrientes como de los jefes de estado, y protagoniza un buen número de debates, incluso de polémicas. Si este asunto es tan popular, es porque la movilidad se encuentra en el centro del desarrollo humano. Y como ocurre con cualquier innovación, es divisiva por naturaleza.
De hecho, el coche eléctrico está tensionando las relaciones geopolíticas. Estos últimos años, las grandes potencias económicas mundiales han buscado generar unas valiosas economías de escala y no han dudado en subvencionar su desarrollo, así como la producción de baterías, y lo han hecho directamente con las empresas o bien indirectamente con el consumidor para facilitar su adopción, según el análisis de Clément Inbona, gestor de fondos de La Financière de l’Echiquier (LFDE), sobre Tesla y el vehículo eléctrico (VE).
Ante estas distorsiones de los mercados, China, EE. UU. y Europa están multiplicando las acusaciones recíprocas de dumping. El último ejemplo hasta la fecha lo tenemos con Janet Yellen, secretaria del Tesoro de EE. UU., quien recientemente expresó su inquietud por «las repercusiones mundiales del exceso de capacidad que observamos en China». Sin embargo, sobre el papel, EE. UU. tampoco está a salvo de reproches en materia de subvenciones y prueba de ello es su Inflation Reduction Act (IRA).
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Para los consumidores, cambiar un coche con motor térmico por un modelo eléctrico puede suponer un quebradero de cabeza. Tomando el ciclo de vida del producto en su conjunto, se considera que el coche eléctrico es una solución razonable que permite limitar las emisiones de carbono, con la condición de mantener unas dimensiones razonables, pero el equilibrio económico no lo es tanto: aunque el consumo de energía es, a priori, más barato, unas primas de seguro más elevadas, mayores riesgos en caso de accidente debido al peso del vehículo y la inestabilidad de las baterías y una volatilidad importante en el mercado de ocasión son inconvenientes que conviene poner en la balanza.
TESLA ESTÁ TOCANDO FONDO
En la bolsa, el valor estrella, Tesla, se arrastra penosamente a la cola del pelotón del S&P 500 en el primer trimestre de 2024. Con una caída de casi el 30 %, el séptimo magnífico ha perdido su lustre, pero la empresa sigue estando valorada como un negocio tecnológico en lugar de un constructor automovilístico tradicional: su capitalización bursátil es 55 veces superior a sus resultados descontados a 12 meses y está mucho más cara que el sector automovilístico mundial, que cotiza a tan solo 12 veces sus resultados.
La trayectoria de crecimiento de la estadounidense se enfrenta a perspectivas complejas, mezcla de una mayor competencia en precios y productos tanto de los fabricantes históricos como de los líderes chinos de la electrificación. Su jefe, descrito como un genio por sus admiradores y como un demonio por sus detractores, lo había anunciado durante la presentación de los resultados de Tesla a finales de enero: la empresa se encuentra «entre dos olas de crecimiento».
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Dicho de otro modo: está tocando fondo. Falta por saber si la avalancha de vehículos chinos puede imponerse al entusiasmo que despierta este disruptor o si se erigirán muros para proteger la joya estadounidense.
Las empresas de alquiler de vehículos se enfrentan a otro dilema económico: ¿Deben orientar una parte de su flota hacia lo eléctrico, como las autoridades les instan a veces o, por el contrario, esperar a que la demanda del consumidor haga acto de presencia? El gigante estadounidense Hertz, por ejemplo, acaba de dar marcha atrás después de haber iniciado el giro eléctrico. Mayor siniestralidad, reparaciones costosas, depreciación acelerada y demanda decepcionante… son muchas las razones que explican la contramarcha en dirección al coche térmico.
Como cualquier innovación prometedora, la democratización del coche eléctrico resuelve algunos desafíos y crea otros nuevos, pero ¿no es eso lo que ocurre con cualquier innovación?