El director de sostenibilidad en la compañía de aguas Global Omnium, Juan Luis Pozo, atiende a MERCA2 de camino al aeropuerto, rumbo a la Cumbre del Clima que comienza este jueves 30 de noviembre en Dubái (Emiratos Árabes Unidos). La edición de este año, abreviada como COP28, es especialmente trascendente por el pesimismo en torno al objetivo establecido en el Acuerdo de París de que el calentamiento global no supere 1,5ºC con respecto a niveles preindustriales. Pozo aborda con elocuencia esta y otras cuestiones de industria, energía y medio ambiente, pero su discurso se enciende con la mención de una palabra: el greenwashing, es decir, la mercantilización que algunas empresas y organizaciones hacen de la actividad ecológica.
Pregunta (P). ¿Qué espera de la COP28?
Respuesta (R). Existe una critica feroz a que se celebre en los EAU, debido fundamentalmente a que se habla desde fuera del entorno de la cumbre. Las COP tienen dos parcelas que no deben mezclarse: la tecnológica, que es la que atrae a profesionales y empresas que se benefician del intercambio de experiencias; y por otro lado la geopolítica. En este último ámbito hay muchos países muy reticentes a aceptar los recortes en combustibles fósiles, como la India, que ha avanzado mucho gracias a los hidrocarburos. Pero poco a poco se va avanzando; gota a gota hasta las rocas más duras se erosionan.
En esta cumbre también se va a abordar el almacenamiento del hidrógeno verde, así como su capacidad de gran producción para particulares y empresas, aspectos cuyas bases fueron establecidas en la anterior cumbre de Glasgow.
P. Hay bastante pesimismo respecto al cumplimiento del objetivo de frenar el calentamiento global en 1,5ºC respecto a los niveles previos a la Revolución Industrial. ¿Qué tiene que ocurrir en la COP28 para darle la vuelta a la tortilla?
R. Hay dos grandes problemas: por un lado, los compromisos de reducción de emisiones se van cumpliendo poco a poco, pero al mismo tiempo se van haciendo notar los efectos colaterales causados por el cambio climático. Un ejemplo es el descongelamiento de la tundra, que deja al descubierto millones de toneladas de CO2 y metano de cuerpos descompuestos, lo que agrava el calentamiento global. Otro tremendo problema es el abandono del entorno rural, también provocado en parte por el cambio climático, que también aumenta las emisiones de CO2, ya que antes el dióxido de carbono estaba atrapado en las tierras de cultivo que ahora quedan abandonadas.
Por tanto, no se trata solo de reducir las emisiones de CO2, sino de recuperar la vida agrícola, regenerarla. En eso la Unión Europea (UE) lleva la delantera. ¿La reforestación? Ha fracasado porque el ser humano es muy mezquino y tiende a prender fuego al bosque para volver a cobrar los créditos de plantación.
Otro gran problema es la contabilidad de emisiones, donde nos hemos hecho trampas al solitario. No se ha hecho bien debido al greenwashing. Por eso se va a hablar de esto, que según el Acuerdo de París a todos tienen que aplicarles los mismos parámetros. El verdadero éxito de las cumbres es el diagnóstico de los problemas. En Glasgow esto se hizo correctamente por primera vez.
P. ¿Cuál es el propósito de Global Omnium a la COP28?
R. Nosotros vamos siempre con dos propósitos: el que está en nuestro ADN, que es denunciar que la gestión de los recursos hídricos aún no es universal, lo que ha de tenerse en cuenta. Ya en Egipto se abordó este asunto y se sentaron las bases para su introducción en la agenda geopolítica. Nosotros queremos aportar nuestro expertise para este propósito. El segundo tiene que ver con la diversidad y la naturaleza; acabar con el greenwashing practicado por las empresas que venden proyectos climáticos que no son tales.
Nosotros apostamos por recuperar los terrenos agrícolas, aplicar la tecnología a la tierra con soluciones como el biocarbón para que los sustratos del terreno absorban el CO2, como una planta. A través del tratamiento de terrenos se podrían absorber 3,8 gigatoneladas de CO2 anuales. Repito, la transición energética es coherente y necesaria; pero nos falta apostar por impulsar la autorregulación de la naturaleza.
P. ¿Qué lugar ocupa el tratamiento de aguas en la lucha contra el cambio climático?
R. Nosotros gestionamos el agua de casi seis millones y medio de personas. Como grupo especializado en esto, con 130 años de experiencia, decimos que el estrés hídrico, que se acrecienta con el cambio climático, se soluciona optimizando la gestión de los acuíferos y recursos hídricos. Esto se hace aplicando tecnología y digitalizando para detectar hasta la última gota que se desperdicie en el ciclo del agua. En algunas ciudades españolas se perdía un 30% del agua; y hoy en día se puede, y se está consiguiendo, superar el 90% del aprovechamiento total del agua.
P. Organizaciones como Agbar apuestan sin ambages por la regeneración de aguas como prioridad. ¿Cuál es su postura?
R. Llevamos apostando por eso 20 años. Ahora mismo casi todas las depuradoras son municipales y deben hacer grandes inversiones en optimización. Lo que es absurdo al 200% es que el agua residual se vierta al medio ambiente en lugar de ser tratada. El problema es que hay que dar tratamiento adicional aparte del que se hace en las depuradoras; esto es lo que llamamos regeneración y, pese a que el agua resultante no es apta para ser ingerida, sí lo es para otros usos. Esto está empezando a cambiar, reaprovechando el agua que antes se tiraba. Una de las grandes barreras, no obstante, es la animadversión que tiene la gente a beber el agua reutilizada.
P. Singapur es una referencia mundial en este ámbito con su programa NEWater. ¿Por qué no es imitado en todo el mundo desarrollado?
R. En España también tratamos el agua con luz ultravioleta para utilizarla en campos de regadío, por ejemplo. Lo que pasa es que, si quisiéramos consumir ese agua regenerada, haría falta otra capa de tratamiento y ahí encontramos la resistencia de la población: una cosa es regar con agua reutilizada y otra cosa es bebérsela.
P. ¿Cuál debe ser el papel de las desaladoras?
R. Siempre han estado en el centro de la polémica por su coste energético y medioambiental, pero tampoco podemos obviar su aportación. Tenemos que garantizar el acceso universal al agua en un planeta donde el 98% es agua salada; por lo tanto, las desaladoras tienen que tener su papel donde sean necesarias para el abastecimiento de recursos hídricos.
‘JARABE DE PALO’ PARA EL ‘GREENWASHING’
P. ¿Veremos un futuro en el que toda el agua residual sea reciclada?
R. Hay que decir, sin embargo, que no se puede evitar cierta cantidad de vertidos porque son necesarios para mantener los caudales ecológicos. Pero fuera de esos márgenes, el agua tiene que ser regenerada. Nos perdemos en disquisiciones filosóficas, pero la clave está en una legislación que establezca unos porcentajes. Toda el agua que no esté incluida en las cuotas de recuperación de caudales debe ser regenerada y reutilizada.
P. España sufre un severo problema de desertificación. ¿Cuáles deben ser los pilares del futuro en la lucha contra su avance? ¿Se está siguiendo la estrategia adecuada?
R. La huella hídrica verde, es decir, la que acumulamos naturalmente por acumulación en la vegetación y los terrenos mantenidos de manera óptima, es clave en esta tarea. Como ya dije, el abandono de los espacios verdes y agrícolas acaba con ese mantenimiento y produce ‘islas de calor’ -las ciudades-, lo que lleva a una degeneración de los procesos naturales que nos protegen frente a la desertificación. Cuanto más recuperemos estos espacios naturales, más éxito tendremos en la lucha.
P. Solo hay que oírle a usted cinco minutos para concluir que el greenwashing es una de sus principales preocupaciones. ¿Qué falla en la inspección y el control de las actividades de las empresas?
R. Yo soy enemigo mortal del greenwashing porque si no eres enemigo en tu cabeza todos los días, acabas practicándolo conscientemente. Se trata, en primer lugar, de asumir un estado mental; en segundo lugar, ser consciente del problema. El mundo se mueve por las corrientes de opinión que producen ventas y dinero: hoy lo comercial es dar una imagen de sostenibilidad, pero si la cultura de la empresa no es la adecuada, ésta termina convirtiéndose en un agente de greenwashing.
Lo que falta a nivel regulatorio, y es lo que pretende la UE, es introducir criterios de concienciación y de evaluación que permitan identificar el greenwashing. Que los controles sean más exhaustivos para saber lo que es marketing y lo que es trabajo real en pro de la sostenibilidad. Donde debe estar la frontera es en comprometerse más allá de lo que está obligado por normativa, que siempre puede falsearse. En otras palabras: si hay algún tipo de falseamiento de la actividad de descarbonización y transición energética que salga del marco legalmente establecido, que se aplique una dura sanción. La cultura del palo.
La lucha contra el greenwashing, en esencia, consiste en impedir por todos los medios que empresas y organizaciones utilicen de forma espuria, o como medio de publicidad, lo que no es otra cosa que el cumplimiento de sus obligaciones legales para con el medio ambiente. Si las compañías quieren colgarse medallas, el compromiso con la sostenibilidad tiene que ir mucho más allá de lo que exige la ley. Esto es lo que hay que vigilar.