domingo, 24 noviembre 2024

Francisco de Cabarrús, el rico ilustrado 

Goya retrató a uno de los fundadores del Banco de San Carlos, representante de la nueva burguesía, al modo en que Velázquez pintó a uno de los bufones de Felipe IV.

image 4 Merca2.es
Francisco de Cabarrús y Lalanne. Óleo sobre lienzo de Francisco de Goya, c. 1788. Encargo al autor por el Banco Nacional de San Carlos en 1786. Colección Banco de España.

Francisco de Cabarrús y Lalanne. Óleo sobre lienzo de Francisco de Goya, c. 1788. Encargo al autor por el Banco Nacional de San Carlos en 1786. Colección Banco de España

Más allá de las reservas de oro, el Banco de España ha ido acumulando desde 1782 otro patrimonio con patrón propio: una colección de arte. Un muestrario abarrotado de libros, billetes y lienzos que tiene a Goya como trofeo y estandarte. Del aragonés conserva ocho retratos realizados a los fundadores de la entidad para que colgasen en la Sala Grande de Juntas Generales, a modo de las galerías de retratos de los antepasados en los palacios de la nobleza o la de los obispos en las salas capitulares de las catedrales.

EL RICO Y LOS ENCARGOS

El primero de estos encargos al artista fue el de José de Toro-Zambrano, en 1784, quien se había aupado a la cúspide de la nueva institución gracias a sus excelentes credenciales como comerciante y a su sobresaliente relación con América, donde había conseguido la libre circulación de moneda entre Callao, en Perú, y Valparaíso, en Chile. El último de los trabajos fue el de Francisco de Cabarrús, en 1788. Por esta tela del director nato de la entidad, se pagaron 4.500 reales de vellón.

Ahí está el gran comerciante y financiero de pie y casi dueño, como en la vida real, del espacio que le rodea. Su luminoso traje de seda verde, el color simbólico del dinero, disimula con su brillo la directa vinculación con su modelo, el retrato de Pablo de Valladolid de Velázquez. Al igual que el bufón, que ejercía de actor en la corte de Felipe IV, Cabarrús abre con la mano derecha la escena, pero introduce la izquierda en la casaca, signo que deja entrever su dedicación intelectual: él fue autor de informes, memoriales y elogios. 

Goya incorporó aquí -con su red de cazar instantes, con su máquina de atrapar el tiempo- a Francisco de Cabarrús y Lalanne (1752-1810) a la reducida cuadrilla de los apóstoles de la Ilustración en España. Y, al hacerlo, se diría que lo añadió al principio de todo aquello sobre lo que se fundó la contemporaneidad. Porque nada del presente se entendería sin el Siglo de las Luces, sin su bautismo, sin el abaniqueo de todas aquellas revoluciones que dieron cuerpo y espíritu a un hombre nuevo.

De algún modo, este lienzo de Goya es la caja negra de la vida de Cabarrús. Si la primera intención del artista fue representarlo apoyado con su mano derecha sobre el bastón de los directores del Banco de San Carlos, un distintivo de poder del Antiguo Régimen, finalmente descartó esa idea y optó por retratarlo sin símbolos ni condecoraciones, situándolo en la primera línea de una nueva clase social: la burguesía. Quien ahí asoma no tiene un pasado ilustre, pero el futuro parece suyo.

Goya incorporó a Francisco de Cabarrús y Lalanne a la reducida cuadrilla de los apóstoles de la Ilustración en España

Ese señor cubierto por un ropaje de la mejor calidad, medias blancas y zapatos negros con hebillas simples encarnó el aire limpio de la Ilustración en España. De él admiraron sus contemporáneos su inteligencia, su imaginación viva, el talento cultivado y la elocuencia fácil, capacidades que lo llevaron a desarrollar empresas y plantear osadas reformas para favorecer el desarrollo del país, aunque también fueron de su interés asuntos como la Iglesia, el divorcio y la prostitución.

Quien así fue evocado nació en Bayona, al sur de Francia, en el seno de una acaudalada raza de comerciantes y marinos de origen español. “Cuando los Cabarrús quisieron establecerse, hablaron de unos abuelos originarios de la Navarra española y nombraron unos abuelos, hombres de armas, marinos…”, se contaba sobre su estirpe. Su madre, Marie-Anne, pertenecía a la clase burguesa. Su padre, Dominique, recibió una distinción de nobleza en 1789, el año del estallido de la Revolución francesa.    

Consta que Francisco frecuentó tertulias, tuvo afición por el teatro y la poesía y recibió una educación rigurosa orientada a asumir el mando de la compañía familiar. Con ese mismo mandato, viajó en 1771 a Zaragoza. Después marchó a Valencia, donde quedó bajo la tutela de Antonio de Galabert, comerciante originario de Montpellier. En febrero de 1772, con gran escándalo, contrajo matrimonio secreto con una hija de su protector en la ciudad del Turia, Antonia. 

EL JOVEN CABARRÚS

Ya entonces era posible descubrir en el joven Cabarrús a ese hombre de fina astucia y maneras elegantes que acaba por aumentar su hacienda e inventarse una aristocracia de sí mismo. En paralelo, empezó a elegir con acierto compañías que le abrieron las puertas del ecosistema ilustrado madrileño. Era asiduo de las tertulias a las que acudían Pablo de Olavide, Félix María de Samaniego, Antonio Rafael Mengs, Leandro Fernández de Moratín y Gaspar Melchor de Jovellanos, entre otros.

Para contar el resto de su vida bastaría asomarse al retrato del financiero que ejecutó el pintor valenciano Agustín Esteve hacia 1798. Cabarrús aparece allí sentado en una mesa con libros y documentos, como si hubiera sido sorprendido en un momento de trabajo. Dos de los tomos aluden a su papel de fundador del Banco Nacional de San Carlos (1782) y de la Real Compañía de Filipinas (1785), mientras que el volumen titulado Exposición al Consejo podría corresponder a su relevante Discurso sobre la Libertad de Comercio concedida por Su Majestad a la América meridional.

Para contar el resto de su vida bastaría asomarse al retrato del financiero que ejecutó el pintor valenciano Agustín Esteve hacia 1798

Uno de los legajos parece remitir a la construcción del canal de Uceda o de Cabarrús (1775-1779), con el que buscaba mejorar la eficacia de los regadíos de la zona. A esta empresa hidráulica sumó el apoyo -y la financiación por parte del Banco de San Carlos- para la apertura del canal de Guadarrama, con el que se pretendía abrir una vía navegable desde Madrid hasta el Atlántico, comunicando las aguas de los ríos Guadarrama, Manzanares, Tajo y Guadalquivir (1785-89).

Por su parte, el papel que sostiene en la mano derecha recoge sus nombramientos como representante español en las conversaciones de la paz de Lille y como embajador en París (1797). Finalmente, su designación como consejero de Estado el 30 de octubre de ese mismo año queda plasmada a través del uniforme que luce una referencia al personaje mitológico Argos, que alude simbólicamente al carácter de guardián vigilante, siempre alerta, que habría de caracterizar a quienes tuvieran dicho cargo.

En cambio, curiosamente, no hay nada que indique la concesión de los títulos de vizconde de Rambouillet y de conde de Cabarrús que recibió, respectivamente, en 1789 y 1790, posiblemente por la contradicción que suponía la aceptación de la nobleza con sus ideales. No obstante, esta falta fue subsanada por sus descendientes, pues hicieron fabricar para el retrato un marco rematado con el escudo familiar que integra el lema fides publica, el mismo utilizado por el Banco de San Carlos en sus billetes.

No hubo tiempo para más. Los días de oro estaban contados. Su caída se produjo en el momento en que alcanzaba su más alto grado de influencia política y de reconocimiento público. Carlos IV, el nuevo rey, trató de mantener a los principales gobernantes que habían colaborado con su padre, si bien los enemigos de la tendencia ilustrada trataron de aprovechar aquella oportunidad para contrarrestar su influencia, sobre todo, tras la conmoción que significó la Revolución en Francia.

Sus rivales se abalanzaron, entonces, sobre él. Sin piedad. Sin tregua. Destacó entre ellos el secretario de Hacienda, Pedro de Lerena, quien le acusó de graves deficiencias en la dirección del banco, así como de otros delitos, como malversación y contrabando de moneda. En concreto, puso bajo la lupa de la justicia sus labores de intermediación en París a cuenta de la colocación de acciones de la entidad y de reventa de un paquete importante de sus propios títulos, una vez que éstos se revalorizaron en el mercado gracias a la euforia bolsística que siguió a la fundación del San Carlos.

image 6 Merca2.es
Retrato de Francisco Cabarrús, vizconde de Rambouillet y I conde de Cabarrús. Óleo sobre lienzo de Agustín Esteve, c. 1798. Colección Banco de España.

Casi en paralelo, Cabarrús fue llevado ante la Inquisición por sus críticas contra el tradicionalismo en el Elogio de Carlos III (1789) y por la reivindicación de las políticas reformistas de liberalización y modernización de la economía que contenía el Elogio del conde de Gausa (1786). La causa ante el Santo Oficio finalmente se apagó después de tres años de litigios, pero todavía tuvo que hacer frente a otra denuncia particular interpuesta en noviembre de 1793 ante el Consejo de Castilla.   

Finalmente, al producirse el 2 de mayo de 1808 el levantamiento popular contra los ejércitos franceses, Cabarrús se reencontró en Zaragoza con Jovellanos. En una dramática conversación, el financiero declaró a su amigo su lealtad a la causa de los borbones. Sin embargo, tal vez por su origen francés o por saberlo defensor de las ideas más progresistas, fue vejado y capturado por un grupo de patriotas. Al parecer, este hecho fue decisivo para el cambio de postura, adhiriéndose a la causa de José Bonaparte.

Entre sus últimas aventuras, el financiero formó parte del séquito de José I en su viaje por tierras de Andalucía entre enero y mayo de 1810, un periodo de optimismo para los ocupantes franceses tras la victoria de Ocaña del año anterior. Sin embargo, Cabarrús no pudo concluir su periplo, pues falleció a las cuatro de la mañana del 27 de abril. La Gazeta de Sevilla le dedicó sentidas frases de elogio, considerándole “uno de los más ardientes promotores de las ideas y proyectos más útiles a España” y recalcando que “la nación era deudora de varios establecimientos de la mayor importancia”.

A su entierro acudieron, junto a algunos ministros, su hijo varón de mayor edad, Domingo (quien heredaría el título de conde de Cabarrús) y su hija Teresa, mientras que a cada hora resonaban por la ciudad andaluza los cañones en señal de duelo. Sus restos mortales, como correspondía a un personaje de su altura, fueron depositados en la capilla de la Concepción de la Catedral de Sevilla. Sin embargo, al finalizar la guerra en 1814, el decreto de la Junta Central lo declaró reo de alta traición. Sus huesos fueron arrojados a la fosa común del Patio de los Naranjos del templo hispalense, destinada a acoger los despojos de los condenados a muerte.

image 7 Merca2.es

- Publicidad -