viernes, 22 noviembre 2024

Hernán Cortés, a la conquista de la posteridad

El extremeño Hernán Cortés intuyó que la imagen sobreviviría a los hechos y se ocupó de perfilar el relato más provechoso de su vida y sus hazañas en las ‘Cartas de relación.

A un lado, la vida bombea su relato común. Los niños persiguen una cometa, unos clérigos pasean y, fuera del rastro, hay un toreo de vaquillas. En la urbe, a vista de pájaro, hasta se vislumbra al virrey, subido en su carruaje. Al otro lado, en cambio, estalla la guerra. Soldados y caballos se amontonan, vuelan las flechas y chocan las espadas, bajo la mirada de Hernán Cortés y Moctezuma. Porque esta singular obra, un biombo formado por diez hojas pintadas al óleo, propone dos historias casi en simultáneo: la conquista de Tenochtitlan y una vista de la ciudad de México a finales del siglo XVII. 

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Copia del retrato de Hernán Cortés que se conserva en el Ayuntamiento de la Ciudad de México. Museo Nacional del Prado.

LA PIEZA

La pieza, realizada entre 1692 y 1696 por un obrador novohispano -acaso se pueda adivinar en ella la mano de Juan Correa y sus familiares-, pudo ser un encargo del virrey Gaspar de la Cerda Sandoval, VII conde de Galve, o de alguno de sus aliados o consejeros. Vendría a ser un recordatorio visual que evoca los orígenes épicos e históricos del reino y que, en el otro lado, exhibe la grandeza del territorio gobernado. Tan espectacular como minucioso, este biombo se desplegaría en el salón de gobierno, más con un propósito ideológico que propiamente utilitario.

Con ese doble relato, el biombo reivindicaba que aquella urbe había sido refundada como un reino cristiano

Porque, para muchos, Cortés encarnó a un verdadero héroe civilizador, un auténtico apóstol moderno que consiguió expandir el cristianismo a lo largo de miles de kilómetros. Él mismo se ocupó de difundir en sus Cartas de relación la idea de que era un elegido de Dios y, de forma recurrente, arengaba a sus hombres diciendo que, pese a que eran pocos, la providencia estaba de su lado. A juicio de otros, fue simplemente un hombre violento y ambicioso que no dudó en manipular, castigar y asesinar para conseguir sus fines. A grandes trazos, sus detractores lo han fijado como un cruel guerrero, un insaciable mujeriego, un precoz genocida en los tiempos del Quinientos.   

EL NACIMIENTO

Antes de llegar ahí, toca decir que Hernán Cortés nació entre 1482 y 1484, sin otra precisión. Y que pisó la vida con estrépito. Por lo demás, a lo ancho de su biografía, se sabe que fue un hombre sobrado de enigmas y, como tal, acumuló en su aventura varios récords de extravagancia, aunque ninguno esté a la altura de su buena suerte, que le salvó muchas veces de morir. La primera, casi de recién nacido, cuando, encontrándose en trance de fallecer, su nodriza se encomendó a San Pedro. La última, en la jornada de Argel de 1541, en la que casi pereció ahogado tras naufragar el barco en el que viajaba a causa de una fuerte tormenta.    

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Hernán Cortés, Germaniches National Museum. Nuremberg.

Su infancia coincidió con las grandes gestas de los Reyes Católicos: la toma de Granada, el descubrimiento del Nuevo Mundo y la conquista de Nápoles. De ellos, con probabilidad, oyó hablar en casa y aquellas noticias prenderían, luego, en su ánimo de gloria, llevándole a optar por la carrera de armas frente al rigor del estudio. Ya instalado en esta senda, entre la posibilidad de guerrear junto al Gran Capitáno buscar fortuna en las Indias, Cortés eligió cruzar el océano atraído por la promesa de oro que había al otro lado del mundo. Todos los cronistas indican que puso pie en la tierra recién descubierta hacia 1504, aunque no llegó a instalarse hasta dos años después.

Ha quedado muy en la sombra el periodo que Cortés pasó en la isla de La Española. Parece seguro que no lo debió tener fácil. Sobrevivió agarrado a sus conocimientos de leyes como escribano en una notaría, si bien pudo dedicarse también a la cría de vacas y caballos. Cuando el nuevo gobernador, Diego Colón, envió en 1511 al influyente Diego Velázquez de Cuéllar a la conquista de Cuba, éste reclutó a Cortés como secretario del tesorero de la empresa, con el fin de administrar los tributos reales. Como recompensa a su servicio, el joven extremeño recibió en encomienda a los indios de Manicarao, al tiempo que pudo desarrollar la ganadería y explotar las minas cubanas.

Hacia 1515, Cortés ya era un hombre rico. Al menos, reunía prestigio y capital suficientes para encabezar el asalto al continente. Diego Velázquez, gobernador de la isla de Cuba, anota en sus instrucciones, otorgadas el 23 de octubre de 1518, que lo eligió para acometer dicha empresa por ser “persona cuerda”, prudente y celosa del buen servicio a sus altezas. Más realista se mostró el cabildo de Veracruz en la carta dirigida al emperador el 10 de julio de 1519, en la que se afirmaba que la elección se debió a dos factores: uno, porque tenía tres navíos propios y riqueza para invertir, y dos, por su carisma, puesto que “con él se creía que querría venir mucha más gente que con otro”.

LOS TESTIMONIOS

A la luz de los testimonios y los rastros documentales, él contribuyó con más barcos, hombres y dinero que el propio gobernador. Y fue realmente así porque desde el principio estuvo convencido de que aquella era la ocasión que llevaba esperando toda su vida. Según sus propias palabras, puso dos tercios de los gastos, mientras que Velázquez solo el tercio restante. De los once barcos de la expedición, siete habían sido aprestados y fletados por él. Se sabe, además, que gastó mucho en comprar vino, aceite, vinagre, habas, garbanzos y distintas mercancías para su intercambio. Incluso, justo antes de zarpar, empeñó una cadenilla de oro para abastecer sus naves de carne.

A la luz de los testimonios y los rastros documentales, él contribuyó con más barcos, hombres y dinero que el propio gobernador

Esos hombres, sumados a otros tantos llegados en los meses posteriores, son los que en tan solo dos años consiguieron tumbar a uno de los más prestigiosos imperios de América. Lo que pasó allí sirve aún de leña para la fogata de la leyenda negra, aunque conviene juzgar a Cortés como lo que realmente fue: un conquistador, un guerrero y empresario de su tiempo, cruel, voluble e interesado. Se puede afirmar, pues, que México fue invadido por hombres codiciosos y emprendedores que concebían la riqueza en términos de tierra, botín, señorío, metales preciosos y dominio sobre vasallos tributarios. Y las tierras de Nueva España contenían en abundancia todas esas promesas.

Tras la gesta, el arma más poderosa en la construcción de su mito fue la pluma, es decir, sus Cartas de relación, cinco extensas misivas dirigidas a Carlos V, si bien la primera está perdida, por lo que se suele suplir ésta por la epístola del cabildo de Veracruz de 10 de julio de 1519, donde justifica su decisión de romper con el gobernador de Cuba, a quien presenta como una persona oscura, cegada por la codicia, frente a él, que encarnaba al defensor de la Iglesia y de la Corona. Gonzalo Fernández de Oviedo ya aludió a la sagacidad de Cortés para “novelar e traer a su propósito confabulaciones”.

Esa reivindicación personal estuvo detrás de su regreso a España en 1528. La intención de aquel viaje fue revertir la mala situación que vivía en Nueva España –a causa del hostigamiento del gobierno de los oficiales reales– y deslumbrar al mismísimo Carlos V para que éste comprendiera la verdadera importancia de sus conquistas. Del encuentro con el emperador, Cortés sacó honor y reconocimiento. Por una merced fechada el 6 de julio de 1529, le otorgó la dignidad de marqués del Valle de Oaxaca, el primer título nobiliario del Nuevo Mundo. El rango llevaba anexo un señorío de siete millones de hectáreas y veintitrés mil vasallos, tantos que la audiencia de México no se los quiso entregar a su regreso.

Salió también de aquella cita uno de los escasos retratos ejecutados en vida del conquistador. El dibujante y orfebre Christopher Weiditz lo plasmó en un dibujo realizado en 1529 con traje cortesano oscuro y espada a la cintura, levemente girado, con barba y bigotes abundantes, pelo largo y gorra alemana. Como resultado del mismo encargo, grabó también una medalla de bronce de 55 milímetros de diámetro. En una de sus caras, fijó el busto de Cortés, mientras que en la otra representó un brazo surgiendo del cielo acompañado del lema usado por el extremeño: “La voluntad del Señor los conquistó y su fortaleza robusteció mi brazo”.

Probablemente existió otro retrato fiel de Cortés, realizado para colgar en la galería reunida por Paolo Giovio, obispo de Nocera. Según anotó el prelado, el lienzo se lo hizo llegar Cortés pocos meses antes de morir, probablemente hacia 1547, cuando el conquistador superaba los sesenta años. Si bien este original se ha perdido, de él derivan muchas estampas y un buen número de los retratos de busto que se pintaron a lo largo de los siglos XVII y XVIII con destino a las series iconográficas de hombres ilustres. En todos ellos, aparece de medio cuerpo, sobre fondo neutro y vestido de negro.

Son, por lo general, obras que siguen con fidelidad la descripción de Bernal Díaz del Castillo, uno de los que más atención procuró a sus rasgos de entre aquellos que lo conocieron. El autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (concluida en 1568, pero publicada en 1632) asegura que era “de buena estatura y cuerpo, bien proporcionado y membrudo, y la color de la cara tiraba a cenicienta e no muy alegre; y si tuviera el rostro más largo, mejor le pareciera; y los ojos en el mirar amorosos, y por otra parte graves; las barbas tenía algo prietas, pocas y ralas, y el cabello que en aquel tiempo se usaba, era de la misma manera que las barbas”.

Solo acumuló desengaños hasta que en la madrugada del 2 al 3 de diciembre de 1547 Cortés expiró en el municipio sevillano de Castilleja de la Cuesta, en la casa de su amigo el jurado Juan Alonso Rodríguez de Medina, siendo confortado por los sacramentos y en presencia de un número reducido de personas. Nunca cumplió su sueño de morir en tierras novohispanas, pero dejó dispuesto en su testamento el traslado de sus restos en un plazo de diez años, o antes si hubiese posibilidad. El viaje a Nueva España de sus restos mortales se llevó a cabo en 1566, ocupando desde entonces distintas ubicaciones, bien para honrarle, bien para evitar su saqueo. Con todo, el azaroso trasiego del incansable Hernán Cortés no acabó con su muerte.

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