Hace algo más de un año, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, escenificó su apoyo al plan marroquí de autonomía para el Sáhara Occidental, soliviantando a Argelia -siempre firme defensora de los movimientos independentistas en la región- y arrojando gasolina a las ya incendiadas relaciones entre Argel y Rabat. Este movimiento cambiaba el sentido de la diplomacia española en el conflicto magrebí, comprometida desde el internamiento del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, en un hospital logroñés. El Gobierno español provocaría aún más a los argelinos reabriendo el gasoducto Magreb-Europa, cerrado por Argelia, para abastecer de gas al vecino alauí. En este marco, Madrid se ha acercado a Marruecos en esta crisis, una política arriesgada con repercusiones en el suministro energético. Una de ellas es la irrupción en el mercado gasístico español de la Rusia de Putin: según el boletín de hidrocarburos publicado por la Corporación De Reservas Estrategicas De Productos Petrolíferos (CORES), las importaciones de gas procedentes de Rusia se han incrementado más de un 70%.
Rusia creciente, Argelia menguante
En el primer semestre del 2022, España importó del gigante euroasiático 24.016 gigavatios hora (GW/h) de gas natural, menos de la mitad de los 56.062 GW/h proporcionados por Argelia. De enero a junio del presente año, sin embargo, la presencia del gas ruso se ha incrementado hasta los 41.145 GW/h, un repunte superior al 71% que evidencia un hecho: mientras se recrudece la guerra en Ucrania, Putin entra como un elefante en una cacharrería en el mercado energético español.
¿Y Argelia? Aunque en mucha menor medida, sigue el camino contrario: 51.401 GW/h de su gas enviados al mercado español durante los primeros seis meses de 2023, un desplome del 8,31% que, pese a que mantiene a la ex colonia francesa como nuestro principal proveedor del hidrocarburo, pone de manifiesto un cambio de tendencia en las importaciones. Un giro coherente con la difícil situación de España en el espinoso triángulo diplomático que sostiene con Argelia y Marruecos, pero que puede convertirse en un campo de minas habida cuenta de su posición geopolítica como miembro de la OTAN y su postura frente al conflicto bélico que enfrenta al Kremlin con Ucrania.
Rusia ya es el segundo suministrador más importante de este recurso estratégico, sólo por detrás de la propia Argelia, y la distancia entre ambos disminuye rápidamente. Históricamente, la particular conexión de la Península Ibérica con el norte de África nos ha salvado de la tenaza energética que Moscú ejerce sobre otros estados europeos, como Italia y Alemania; y que constituye una ventaja estratégica sobre la Unión Europea (UE) y su entorno que Vladimir Putin no ha dudado en explotar.
El gas como arma de guerra
Aún perdura en la memoria la crisis provocada por el autócrata en 2009, cuando cercenó el aprovisionamiento de gas a Europa a través de Ucrania, en un inquietante preludio del pulso que actualmente mantiene con Occidente. Desde que hace ya más de un año iniciase la invasión de su país vecino, ha retomado la estrategia de estrechar el embudo energético en respuesta al respaldo de las democracias liberales a Kiev.
Según un informe del politólogo y experto en energía Szymon Kardás, publicado en el European Council on Foreign Relations, en los cinco primeros meses de este año las exportaciones de gas ruso a los países miembros de la UE se redujeron a 10 millones de metros cúbicos, frente a los 62 enviados durante el mismo período de 2021 y los 42 de 2022, y se espera que los gasoductos aún activos (principalmente los ucranianos y el turco Turkstream) reduzcan aún más su tránsito. Bien es cierto que el estudio de Kardás enfatiza el daño económico que el embudo gasístico causa a la propia Rusia, pero la dependencia europea es un hecho: en 2021, la UE importó el 83% de su gas natural.
La UE, consciente de que fiar el abastecimiento al hidrocarburo que viene del este es un ejercicio de funambulismo, ha intentado buscar nuevos proveedores. Según datos del Consejo, el corte gasístico ruso se ha compensado en parte “con un acusado aumento de las importaciones de gas natural licuado (GNL), en particular de los EEUU”.
LA DEPENDENCIA ENERGÉTICA EUROPEA ES UN HECHO: EN 2021, LA UE IMPORTÓ EL 83% DE SU GAS NATURAL
El organismo estima que durante los primeros 11 meses de 2022, la cuota rusa en las importaciones totales de gas de la UE consiguió reducirse a una cuarta parte, frente al casi 50% de 2019. Otra cuarta parte procedía de Noruega, y el 11,6%, de Argelia, mientras que las importaciones de GNL no ruso, procedentes en su mayor parte de EEUU, Qatar y Nigeria, fueron del 25,7%.
Pasos en la dirección correcta, pero que no revierten la realidad: el continente europeo es, en su mayor parte, baldío energéticamente, y España no es una de las excepciones. El crecimiento de Rusia en nuestro balance de importaciones gasísticas llega, además, en medio de una espiral inflacionaria y de carestía eléctrica que, si bien ha dejado atrás su período más virulento, aún seguirá vigente mucho tiempo, según se desprende de los pronósticos del Gobierno respecto al precio de la luz en el próximo trienio.