Fotografiar a los seres queridos después de que han muerto es algo que en la actualidad nos puede parecer fuera de lugar o morboso pero, en la Inglaterra victoriana, era una forma de honrar a los difuntos y sanar la pena causada por el duelo. La fotografía post mortem servían para recordar a los fallecidos y en ellas se mostraban como si en realidad no estuvieran muertos.
De pie o tumbado, el cadáver, acompañado de su familia o solo, parecía estar dormido. En algunos casos incluso se pintaban los párpados o les mantenían los ojos abiertos para simular su estado. Se trataba de un lujo costoso, pero nada semejante a lo que resultaba contratar a un pintor para hacer un retrato que era hasta ese momento la única forma de preservar la imagen de alguien de forma permanente.