Tropelías genéticas y de cultivos extenuados por las demandas de un mercado caprichoso que lo quiere todo y barato se han llevado por delante el dulzor del buen tomate y han acostumbrado a los paladares al insípido bocado de un producto resistente y rentable. Proveer de este delicado fruto a las grandes masas y hacerlo a precios alocadamente competitivos ha tenido consecuencias. Por un lado, agricultores y ciencia llevan décadas aliados en la búsqueda de los tomates más resistentes y duraderos y de los cultivos más productivos.
Las mejoras genéticas han fortalecido su inmunidad frente a plagas y enfermedades, han alargado su tiempo de maduración y han optado por las variedades más productivas. A los productores lo que les interesa es que su campo produzca cuantos más kilos mejor, el tomate se vende por peso y el sabor es un tema secundario.