Una comida menos al día. Esta es la extrema medida adoptada por uno de cada cuatro españoles para poder hacer frente al incremento de precios de los alimentos. La situación es especialmente alarmante cuando se pone el foco en los hogares con ingresos más bajos. Según datos del informe reciente de Kellogg’s en colaboración con Bancos de Alimentos, se estima que cuatro de cada diez hogares con ingresos inferiores a los 15.000 euros se saltan comidas. La situación se replica en Francia donde el 42% de los ciudadanos en condiciones más precarias también se salta al menos una comida para poder hacer frente a la inflación alimentaria. Detrás de ello se encuentran una serie de factores como el incremento de los precios de la energía y fertilizantes, la escasez de cereales y las terribles sequías que azotaron al continente europeo: una combinación que tiene un fuerte impacto en la zona comunitaria.
Si bien España cerró el 2022 con la menor inflación de la zona euro, la situación no deja de ser preocupante debido a que el país está expuesto más que cualquier otro de la eurozona a la inflación de los alimentos. Datos del Banco de España, confirman que el incremento de los precios de alimentos contribuye a la inflación general más que en otros países como Alemania, Francia e Italia.
Tal y como lo ha afirmado la directora gerente del Foro Económico Mundial (FEM), Saadia Zahidi, la guerra de Ucrania ha disparado la inflación a niveles no vistos en décadas, causando una crisis global del coste de vida y alimentando así el malestar social. En este contexto, afirma Zahidi, los alimentos se han convertido en armas. Armas que están poniendo en peligro la nutrición de los ciudadanos europeos y España no es la excepción.
El 90% de los consumidores españoles ha modificado sus hábitos alimentarios debido al incremento en los precios de los alimentos. Así lo ha revelado una encuesta llevada a cabo por la OCU en diciembre del año pasado que arroja datos sobre los cambios que han priorizado los consumidores españoles para hacer frente a la crisis. El 69% de los encuestados ha declarado haber priorizado productos en oferta, mientras que el 32% ha afirmado haber reducido el consumo de productos frescos como la carne y el pescado. También se ha constatado un descenso del consumo de frutas y verduras. Por el contrario, los españoles han incrementado el consumo de alimentos envasados y congelados.
Los cambios en los hábitos alimentarios tienen una repercusión directa en la salud. Como bien lo ha explicado el profesor de Nutrición en la Universidad Complutense de Madrid, Jesús Román, los períodos de crisis y problemas económicos coinciden con mayores tasas de obesidad infantil causada por la malnutrición. Por ende, lo que más preocupa es el impacto negativo que estos cambios repentinos debido al encarecimiento de precios tengan a largo plazo en la salud de los ciudadanos.
Si antes de esta crisis la cuestión de los hábitos alimentarios de los consumidores europeos ya era una preocupación, ahora se ha convertido en un desafío prioritario. Principalmente debido a las altas tasas de obesidad y sobrepeso que se registran a lo largo de la Unión Europea. La OMS afirma que más de la mitad de la población adulta en Europa padece sobrepeso, mientras que uno de cada tres menores que viven en Europa padecen sobrepeso y obesidad.
Impulsar políticas que favorezcan entornos para que los ciudadanos europeos elijan dietas saludables y equilibradas es el camino a seguir para frenar el aumento de la obesidad, un objetivo fijado de cara al 2025 por el bloque comunitario. Más allá de iniciativas locales, la Comisión Europea tiene su propia agenda. Durante mucho tiempo, entre los temas prioritarios, destacaba el desarrollo de un etiquetado frontal de los alimentos armonizado a lo largo de la UE destinado a facilitar la información a los consumidores para así promover dietas saludables. Sin embargo, con el tiempo esta iniciativa fue perdiendo peso debido a las numerosas controversias en torno al que hasta hace algunos años era el modelo favorito: el semáforo nutricional Nutri-Score.
Pasa el tiempo y el NutriScore se renueva, pero a pesar de las actualizaciones de algoritmo, el modelo no acaba por convencer. Mientras tanto, en los mercados en los que el modelo ha sido adoptado de manera voluntaria, como es el caso de España, las etiquetas están generando más confusión que otra cosa. Prueba de ello, el aceite de oliva sale marcado con una C que solía ser una D. Una inconsistencia que se puede observar también en otros productos. Al modelo se le reprocha ser simplista, infantilizante, poco transparente y principalmente, penalizador. Esto debido a que sus clasificaciones pueden incitar a la confusión a los consumidores.
En lugar de enfocarse en iniciativas para promover dietas saludables, la Comisión sigue dando vueltas en círculo con el asunto del NutriScore y del etiquetado nutricional. Viendo la complejidad de la situación actual, en la que muchos ciudadanos no pueden permitirse una dieta saludable, hablar de etiquetas de colores para promover dietas saludables es subestimar a los consumidores. Sobre todo, cuando el propio desarrollador del sistema francés ha declarado a medios de comunicación que el aceite de oliva “no puede tener la nota máxima”.
Los resultados del estudio CordioPrev, premiado recientemente por su máxima calidad científica y metodológica, deberían servir como evidencia para dar fin a esta discusión sin sentido que ha causado el NutriScore. Este estudio científico ha marcado un hito al demostrar por primera vez que el consumo de la Dieta Mediterránea, rica en aceite de oliva, protege de la recurrencia de la enfermedad cardiovascular. Una vez más, queda avalado científicamente que la Dieta Mediterránea, reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, es beneficiosa para la salud.
«Prevención secundaria a largo plazo de las enfermedades cardiovasculares con una dieta mediterránea y una dieta baja en grasas” es el título del estudio CordioPrev. Como bien lo indica, estudios científicos como este deben servir de faro para la adopción de medidas destinadas a prevenir enfermedades a través de la promoción de dietas saludables. Por supuesto, estas medidas deben estar en total sincronía con las políticas antiinflacionarias. De lo contrario, los planes no serán eficaces.