Es una de las prácticas y costumbres más universales, que tienen que ver con el espectáculo, la vida social y nuestro modo de vida y de disfrutar. Cine y palomitas van íntimamente ligadas desde hace décadas y para muchos es obligado. Sin embargo, no solo hay personas más cinéfilas y puristas que odian en general el ruido de mandíbulas y dientes comiendo mientras se ve una película, sino que además hay estudios que concluyen que no deberías tomarlas. Veremos por qué y de paso más cosas del origen de esta costumbre tan arraigada, sobre todo en los países occidentales.
EL ORIGEN DE ESTA COSTUMBRE
En los últimos años han surgido otros snacks para acompañar una película, pero las palomitas siguen siendo el referente, aunque solo sea por el romanticismo y la costumbre. Una costumbre que la mayoría no se ha parado a pensar cuándo y por qué surgió.
Sin duda te vendrá a la mente la imagen del cine americano con los espectadores comiendo palomitas. Pues si, una vez más ahí está el origen del consumo de palomitas o popcorn, en Estados Unidos. Y fue gracias a una mujer, Julia Braden. Tuvo tanto éxito su idea de cine y palomitas, que tras empezar en cuatro o cinco cines pronto se expandió a todo el país y luego al resto del mundo.
5EL OTRO HÁNDICAP DE LAS PALOMITAS, EL DIETÉTICO
Al margen del tema social y psicológico, está el dietético. Y es que las palomitas no son precisamente un alimento sano y equilibrado. El consumo de un bote de palomitas de maíz en los cines contiene un nivel de sal equivalente al que una persona consume en todo un mes, llegando a provocar a largo plazo enfermedades renales y alto colesterol, como han revelado diversas investigaciones.
Las palomitas que se venden en los cines son preparadas con granos de maíz, sal y aceite palmítico, este último es un hidrogenado de mala calidad, utilizado por ser más económico que otros, además de conservar su sabor al ser sobrecalentado. Al sobrecalentarse, explicó, el aceite palmítico se convierte en grasa transgénica, mejor conocida como grasa trans, la cual no se etaboliza adecuadamente en el cuerpo y se adhiere en las arterias más pequeñas, provocando mala circulación, celulitis, várices, alto colesterol y, en casos extremos, infartos. Una auténtica bomba.