Altos Labs parece una startup más. Una firma de reciente creación en un sector, el biotecnológico de la salud, con dos fundadores con cierto recorrido. Por un lado, el desarrollador del producto Richard Klausner que había sido director del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos. Por otro, el financiador, o al menos el que vela por esa faceta, Yuri Milner, un capitalista de riesgo que posee un largo historial de aciertos en sus inversiones tecnológicas. Por último, se unió al elenco Hans Bishop, el que fuera jefe de una de las compañías con más potencial en la lucha contra el cáncer, Grail.
Pero a medida que se adentra en su historia su escala no recuerda a ninguna otra compañía. Al fin y al cabo, no muchas startup empiezan de la mano de todo un exdirector de una de las instituciones más importantes del mundo, como es el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos. Ni tampoco le roba el director ejecutivo a una compañía valorada en 7.100 millones. Aunque hay que señalar que su salida también se relacionada con la venta de la firma a Ilumina. Por último, muy pocas empresas, en realidad ninguna, comienzan su aventura con 3.000 millones en en banco.
Y aunque es una cantidad históricamente alta, detrás de una parte estaría Jeff Bezos, podría terminar resultando muy pequeña para el cometido de la compañía. Así, Altos Labs tiene la vista puesta en el sueño más deseado por la humanidad: descubrir la fuente de la eterna juventud. Pero no es tan fácil. El reto es tan mayúsculo que pese a muchos intentos, desde la alquimia primitiva a otros proyectos impulsados con miles de millones anteriormente, no solo han fracasado estrepitosamente, sino que ni siquiera han logrado avanzar en la materia.
LA JUVENTUD ETERNA A TRAVÉS DE DOS DESARROLLOS CLAVES
Aun así, los fundadores de Altos Labs parece que van en serio. Además, cuentan con una ventaja que no tenían sus competidores, ya fuera Arquímedes o Calico Life Sciences que enterró miles de millones de Google en el intento, los últimos desarrollos biológicos. En particular, sobresalen dos de ellos: los factores de transcripción de Yamanaka y la vía de respuesta integrada al estrés (ISR, por su siglas en inglés). La suma de ambos, junto con otros desarrollos menos ambiciosos, tienen el punto de mira en los trastornos cognitivos y la neurodegeneración, la diabetes, los problemas metabólicos asociados y, en última instancia, el cáncer.
Los llamados ‘factores de Yamanaka’ fueron descubiertos por el científico, que les da su nombre, Yamanaka Shinya, de la Universidad de Kyoto, en 2006. Un descubrimiento que le valió el premio Nobel en 2012. En pocas palabras, se trata de una serie de proteínas que eran capaces de regular las células, a través de los genes, para que estas volviesen a su configuración primaria o de fábrica. Esa última parte, la de “configuración de fábrica” no es más que un estado conocido como pluripotencia del que disfrutan las células madre embrionarias. Y su principal características es que pueden convertirse luego en cualquier cosa que se desee.
En un principio, los primeros experimentos en animales a menudo causaban tumores. Sin embargo, posteriormente se descubrió cómo evitar el problema. El resultado final en ratones ha sido que los ‘Factores de Yamanaka’ pueden detener el envejecimiento rápido y puede promover la curación de ciertas partes del cuerpo como los músculos o el hígado. La regeneración de las células envejecidas o dañadas se pretende complementar con el desarrollo del proceso ISR, que consiste en mantener el entorno interno de las células, lo que ayuda a que no se degraden.
EL ESPAÑOL JUAN CARLOS IZPISUA BELMONTE SERÁ PIEZA ESENCIAL EN ALTOS LABS
Los desarrollos en materia de ISR consisten básicamente en fórmulas para mantener ese equilibrio. El procedimiento arranca cuando se detecta una fuentes de estrés celular. Ese desequilibrio puede llegar de forma externa, como la privación de oxígeno o de nutrientes, o una infección viral. También puede aparecer de forma interna, como una acumulación de proteínas mal plegadas o la activación de un gen potencialmente causante de cáncer. En este caso, el ISR enciende un programa de emergencia para restablecer la producción de proteínas. Si no se soluciona el problema, finalmente, se presiona el botón de autodestrucción para evitar que se convierta en un foco de enfermedad.
La suma de los dos procedimientos, devolver la salud a las células enfermas y/o evitar que enfermen, no está tan enfocado a alargar la esperanza de vida de forma indefinida, aunque habrá un crecimiento, como a mejorar la salud de las personas. Y para desarrollar el ambicioso plan propuesto por Klausner, Milner y Bishop se está construyendo un equipo de élite, que por ejemplo contiene al propio Yamanaka Shinya, que cuentan con sueldos que superan el millón de dólares y que se repartirá en tres campus: Cambridge, Inglaterra, el Área de la Bahía de California y San Diego. Los institutos estarán dirigidos por Wolf Reik, Peter Walter y el español Juan Carlos Izpisua Belmonte.
El español, natural de Hellín (Albacete), liderará un equipo de media docena de grupos de investigación que estudiarán las posibilidades de terapias con células madre para regenerar tejidos que ya estaban en el cuerpo y también la idea de hacer crecer órganos para trasplantes. El doctor Izpisua Belmonte ha sido elegido gracias a sus desarrollos en este campo. De hecho, el científico saltó a los medios hace unos meses gracias a su línea de investigación que incluía la creación de quimeras obteniendo embriones de cerdo y hombre, así como de hombre y mono con el objetivo de generar órganos compatibles con el cuerpo humano.
Además, el científico español no estará solo y contará con más españoles en su equipo como Manuel Serrano. En la última investigación de Izpisua Belmonte llegaron a desarrollarse durante 19 días fuera del útero y alcanzaron las 10.000 células (un 7% humanas) antes de que el equipo diera por terminado el estudio, lo que fue todo un hito. Pero al igual de sonado que fue el resultado del estudio, también lo fueron sus repercusiones éticas. Y solo es el principio, al fin y al cabo, el desarrollo de la eterna juventud como se pretende (a la que accederán solo unos pocos, al menos, al principio) promete ser un desafío ético igual o más difícil de abarcar que desde el punto de vista científico.