Durante la segunda semana de agosto los consumidores españoles han padecido hasta cinco récords en el precio de la luz, alcanzando el viernes 13 el histórico precio medio de 117,29 euros el MWh. Lo nunca visto. Por más que avancen las renovables, sin un almacenamiento energético acompasado a la generación, las tecnologías de respaldo seguirán disparando la factura. La realidad se impone ante un pretendido mix energético que sólo se hará efectivo si permite almacenar excedentes de generación que permitan compensar la intermitencia de la producción renovable.
Las cifras desorbitadas del recibo eléctrico se atribuyen al elevado coste del gas importado de Argelia o Rusia necesario para cubrir los picos de demanda energética propios de determinados períodos. Precisamente, también se culpa de los disparatados precios de la electricidad al repunte de la demanda energética, que todavía no se puede cubrir, ni por asomo, con la generación renovable. En este punto vuelve a abrirse el debate de la escasa capacidad de almacenamiento de esta energía en la actualidad, que hace que en muchos momentos esté infrautilizada.
¿Por qué España se ve obligada a comprar energía nuclear a Francia mientras tenemos aerogeneradores parados por media península? Sencillo: porque en una ola de calor la demanda energética crece, pero las fuentes renovables necesitan de determinados factores naturales para la generación y, por ejemplo, sin viento, los aerogeneradores no pueden funcionar, ni producir electricidad.
Lo extraño es ver aerogeneradores parados en días de viento. Y esto ocurre cuando la demanda de electricidad es baja y no se necesita generar tanta energía como sería posible. Y sucede porque la capacidad de almacenamiento de esa energía que se podría producir es muy escasa.
Sin almacenamiento, la energía eléctrica debe generarse en función de la demanda, por la naturaleza no gestionable de las renovables
Todos estos factores conducen a una paradoja: cuando el viento sopla con fuerza no siempre se pueden aprovechar al máximo rendimiento los parques eólicos, al no poder almacenar la energía sobrante. Un día de poca demanda y mucho viento, se desperdiciará la energía barata, mientras que después se pagará la energía generada con gas natural a precios elevados, en otros días de mayor demanda y peores condiciones climatológicas, donde la capacidad de generar no es capaz de abastecer circunstancialmente toda la demanda.
ALMACENAMIENTO SÍ, PERO TODAVÍA NO
Muchos consumidores no entienden cómo se puede estar fomentando el uso de la energía renovable sin contar todavía con una solución sólida y eficiente para su almacenamiento. ¿No se debería haber pensado antes en ese inconveniente? Pues seguramente sí. Pero en las políticas de impulso a las energías renovables de los diferentes gobiernos han actuado a trompicones y, sin una regulación estable, se entorpece la investigación y se ralentiza el desarrollo.
El almacenamiento eficiente de energía es un pilar fundamental de la transición energética: permite flexibilizar la producción de energía renovable, garantizando su integración en el sistema y la transición hacia un sistema eléctrico descarbonizado.
La energía eléctrica puede ser fácilmente generada, transportada y transformada. Sin embargo, hasta ahora no se ha logrado almacenarla de forma práctica, fácil y barata. Esto implica que la energía eléctrica debe generarse en todo momento de acuerdo con la demanda y, en consecuencia, las energías renovables (de naturaleza no gestionable) requieren el apoyo de los sistemas de almacenamiento para integrarse, evitar vertidos de energía limpia en períodos valle y dotar de mayor eficiencia y seguridad al sistema eléctrico.
La energía eléctrica no puede almacenarse como tal y es necesario transformarla en otros tipos, como la energía mecánica o la química. Los sistemas de almacenamiento pueden aportar valor en todos y cada uno de los eslabones de la cadena de suministro.
En la actualidad, las formas de acumular energía son varias: por instalaciones de bombeo hidroeléctrico, de aire comprimido, de almacenamiento térmico, por volantes de inercia, por supercondensadores, por baterías, y por pilas de combustible de hidrógeno.
LA SOLUCIÓN DE LAS BATERÍAS
En los últimos años, el sector de las renovables ha visto en las baterías de ion de litio la solución a su principal problema: el almacenamiento de la energía generada. Dotadas de un reducido peso y una alta eficiencia, solo un escollo ha apartado hasta ahora a estas baterías de convertirse en la principal tecnología de almacenamiento de las renovables: su elevado coste, si bien ya se ha reducido considerablemente y se espera que lo haga aún más de aquí a 2030.
Pero no son las únicas baterías de almacenamiento disponibles. De hecho, un reciente artículo publicado en la revista científica Cell Reports Physical Science, se refería al diseño de una nueva clase de baterías de sodio fundido para el almacenamiento de energía a escala de red, por investigadores de Sandia National Laboratories.
Las baterías de sodio fundido se han utilizado durante muchos años para almacenar energía de fuentes renovables, como paneles solares y turbinas eólicas. Sin embargo, las baterías de sodio fundido, disponibles comercialmente, llamadas baterías de sodio-azufre, generalmente operan a 271-349 grados Celsius. La nueva batería de yoduro de sodio fundido funciona a una temperatura mucho más fría de 110º C.
Otro equipo de científicos, en este caso, del Instituto de Ciencia y Tecnología de Okinawa afirma haber encontrado la clave que hace posible la fabricación industrial de baterías de sulfuro de litio de larga duración. Estas baterías son claves para extender de forma radical la autonomía en coches, aviones, teléfonos móviles y cualquier otro dispositivo que necesite alimentarse de electricidad y que, con esta tecnología, podrían quintuplicar esa autonomía.
MÁS SILENCIOS Y OCURRENCIAS QUE SOLUCIONES
Cientos de artículos y horas de emisión en los medios de comunicación han tratado de proponer soluciones e informar a los consumidores, ante el silencio del presidente del Gobierno y los vaivenes y enfrentamientos de los ministros socialistas con los de Unidas Podemos. Unos políticos que hace pocos años, desde la oposición, cargaban contra el Gobierno de entonces, presidido por el ‘popular’ Mariano Rajoy, porque la luz se encarecía un 14%, cuando en el verano de 2021 se paga la luz al triple que en las mismas fechas del año anterior.
Unos políticos que exigían que se aplicaran soluciones a este problema, las mismas que, ahora que ostentan el poder, parecen no encontrar. En vez de soluciones, se descuelgan con ocurrencias para capear el temporal o desviar la atención, algo que, por supuesto, no han conseguido, porque las empresas se empobrecen, son menos competitivas o tienen que cerrar, y a las familias cada vez les cuesta más pagar el recibo de la luz. La población que sufre pobreza energética ha aumentado en los últimos meses del 7 al 11%.
Durante estos días se han escuchado propuestas tan peregrinas como que el Gobierno, -según la titular del ramo, Teresa Ribera-, estaba estudiando seriamente la posibilidad de crear una empresa estatal de energía (algo prácticamente imposible por el coste que conllevaría y porque no se podría poner en práctica hasta dentro de más de una década por las concesiones a las eléctricas de gestión hidroeléctrica).
Otros, como la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, en plena crisis, propone la desaparición de todos los pantanos que se inauguraron en España en la época franquista. Quizá desconozca que, si no fuera por estas infraestructuras, el recibo de la luz español podría ser el doble de caro.
Entretanto los consumidores -domésticos e industriales- exigen soluciones en medio de un panorama en el que las previsiones apuntan a unos precios disparados hasta marzo o abril de 2022, con períodos de tregua posiblemente entre octubre y noviembre. El mercado de futuros marca un precio de 120 €/ MWh para diciembre, así que el panorama pinta negro.
NUCLEAR, NO, GRACIAS
‘Nuclear, no gracias’ fue el eslogan de muchos pueblos y ciudades de la España de los años 80 cuando se proyectaba construir hasta 14 centrales nucleares diseminadas por toda la geografía nacional. Al final fueron solo ocho las que vieron la luz. Normalmente, los lugares elegidos para instalar esas centrales eran poblaciones necesitadas de puestos de trabajo y de un empujón económico para su reactivación y competitividad con respecto a otras poblaciones más pujantes.
Sin embargo, por lo general, los habitantes no querían asumir el riesgo de tener cerca una central nuclear. Las que si lo asumieron, vieron crecer la comarca y tuvieron una reactivación económica importante, fijando e incluso atrayendo población.
Con ese plan, el sistema energético español se habría asemejado al francés, que ha llegado a contar con más de 20 centrales nucleares y ahora dispone de 19 activas. En la actualidad, España compra energía nuclear al país galo. Paradójicamente, alguna central francesa, como la de Golfech, se ubica a menos de 200 kilómetros de la frontera, con el riesgo que implicaría cualquier accidente para las localidades españolas próximas.