El mercado del bioplástico está en plena expansión. En los últimos años han ido apareciendo nuevos bioplásticos que posibilitan una menor dependencia del plástico tradicional, uno de los principales enemigos del medio ambiente. Pero mientras los fabricantes potencian los efectos positivos de estos nuevos materiales, las organizaciones ecologistas y el Programa de Nacionales Unidas los cuestionan como solución a la contaminación por plástico. Una cosa es contribuir a paliar el problema y, otra bien distinta, resolverlo.
La cuestión es que no todos los bioplásticos son iguales y, por eso, no todos tienen el mismo impacto sobre el medio ambiente. La naturaleza química de los diferentes bioplásticos permite distinguirlos y sobre todo clasificarlos en dos familias de plásticos biodegradables y de origen biológico.
La clave no es que estos materiales se puedan biodegradar, si no cuanto tiempo pueden tardar en hacerlo y, en algunos casos, los expertos hablan de décadas. Por eso, no todos los bioplásticos forman parte de la solución a la contaminación por plástico ni, por tanto, a la sostenibilidad del planeta.
La mayoría de los bioplásticos los podemos clasificar en tres tipos: aquellos de origen biológico y biodegradables; los de origen biológico y no biodegradables, y los obtenidos a partir del tratamiento de recursos fósiles y que son biodegradables.
En líneas generales los plásticos biodegradables son aquellos que se pueden descomponer por la acción de organismos vivos, generalmente bacterias. En algunos casos, bioplástico se define como un material fabricado a base de polímeros naturales, derivados de productos vegetales, como por ejemplo: maíz, trigo o soja, patata.
PLÁSTICO, EL GRAN CONTAMINANTE
El plástico es la tercera aplicación del petróleo más usada en el mundo. Al año consumimos 200 millones de toneladas en el planeta. Proviene de fuentes no renovables (petróleo), es contaminante y no biodegradable. Se calcula puede tardar hasta más de 1.000 años en descomponerse.
Pero su presencia diaria inunda todas las actividades. Tanto es así que, la sociedad actual no sabe vivir sin el plástico, pero el perjuicio sobre el medio ambiente es de tales dimensiones, que desde hace años se trabaja intensamente en la reducción en la producción y uso de este material.
A título orientativo, en 1950, con una población de 2.500 millones de habitantes, el mundo produjo 1,5 millones de toneladas de plástico; actualmente, con una población de más de 7.000 millones, se producen 300 millones de toneladas. De hecho, aproximadamente el 8% del petróleo del mundo se utiliza para fabricar plástico.
El mar es el mayor perjudicado por este material, y con él las plantas y especies animales que allí habitan o que dependen de él. Se calcula que cada minuto llega al mar el equivalente a un camión de basura lleno de plásticos.
En este sentido, los expertos advirtieron hace un par de años de que, a menos que dejemos de utilizar artículos de un solo uso elaborados con este material, como las bolsas y las botellas, para 2050 habrá más plásticos en el mar que peces.
Y los peces que haya estarán contaminados al haber ingerido en muchos casos grandes cantidades de microplásticos (diminutas partículas de menos de 0,5 centímetros de largo que provienen de la degradación del plástico por el efecto del agua, el sol, el viento y los microorganismos).
BREVE HISTORIA DEL BIOPLÁSTICO
La aparición de los bioplásticos representa una buena alternativa para evitar la dependencia del plástico. Se usan en sectores como la agricultura, la industria textil, la medicina y, sobre todo, en el mercado de embalajes y envases. Sin embargo, no suponen en la actualidad la solución definitiva al problema.
Tanto investigadores independientes como la industria del plástico avanzan en el conocimiento de nuevos materiales con menor impacto para los ecosistemas. Históricamente, los primeros materiales bioplásticos utilizados industrialmente por el hombre tenían un origen natural. Antes de dominar los monómeros procedentes del refinado del petróleo a partir de la década de 1930, muchos objetos cotidianos se fabricaban con polímeros de origen biológico.
Los recursos utilizados eran entonces el caucho natural (descubierto en el siglo XVIII), la celulosa con la Parkesina, el Celuloide o incluso el Celofán a finales del siglo XIX y principios del XX o también los componentes lácteos como la caseína. En 1947, el Rilsan (o Poliamida 11) fue el primer bioplástico técnico que se introdujo en el mercado, avalado por sus excelentes propiedades mecánicas y de resistencia química.
A partir de los años 90, le siguieron los bioplásticos más conocidos en la actualidad como el PLA, los PHAs y los almidones plastificados, que se beneficiaron de los rápidos avances en el sector de la química verde y la química blanca para la utilización de biomasa (almidón, azúcares, celulosa, etc).
Además de los nuevos polímeros de origen biológico o biodegradables, o con ambos orígenes, que emergen regularmente como el PEF, los principales cambios se basan en la diversificación de los recursos utilizados para producir estos materiales, con la mayor parte de los esfuerzos volcados en el aprovechamiento de coproductos o residuos de diferentes biomasas.
En el caso de los productos para los que no haya alternativas asequibles, el objetivo es limitar su uso imponiendo tanto un objetivo de reducción del consumo a nivel nacional como obligaciones de gestión y limpieza de residuos a los productores.