Tan asentado está el croissant en España que la RAE acepta la palabra cruasán. Este bollo de hojaldre con forma de media luna se ha convertido en uno más de las familias españolas, sobre todo a la hora de desayunar. Aunque por su nombre puede parecer francés, su origen está en Viena, en el siglo XVII. Dicen que fue María Antonieta la que lo introdujo en Francia a finales de esa centuria.
Jonatan Armengol, el único crítico invidente de España, ha hecho de tripas corazón para probar este producto fabricado de manera industrial. Y, más allá del abuso de plástico por parte de los fabricantes, la experiencia ha sido todo menos positiva. Eso sí, hay una excepción que confirma la regla. Además, nos invita a descubrir una palabra: palatabilidad. Hay que ver el vídeo para descubrir ambos misterios.