En algún momento, aquello que decía Hugo Chávez de ¡exprópiese! Pasó de amenaza a broma. Ahora, no es más que un recurso vacío al que se acogen un amplio grupo de políticos, bien localizados, cuando algo no les gusta. Que Nissan cierra una fábrica, pues ¡exprópiese! La fábrica y de paso (según algún ilustrado) la propia firma nipona. Que Alcoa baja el telón, pues también ¡exprópiese! Cuando sube la luz, más fuerte que nunca, ¡exprópiese! Al menos, en esta ocasión solo se exigía que fuera a una empresa, Endesa, y no al resto. Podemos llamar a eso un avance.
Pero, por suerte, el ¡exprópiese! Se grite más fuerte o se repita más veces parece parte de la historia. Al menos, en España. Aunque a decir verdad la fortuna ha tenido poco que ver en esto, mientras que el mayor peso corresponde a la experiencia histórica y la evidencia económica. Así, las nacionalizaciones son extremadamente difíciles de ver, hagamos que los bancos no existen, debido primero a que son un engorro legal tremendo y económico. En segundo lugar, porque su resultado ha dejado mucho que desear. Y, por último, porque incluso en los casos en los que el Estado tiene cierta potestad el desenlace parece fatídico.
Podemos empezar por el tercer caso. Al fin y al cabo, pilla mucho más cerca, más en concreto, en Francia. Así, el poder que mantiene el Estado galo en muchas de las grandes compañías de su país siempre se ha visto como una fortaleza. En especial, a la hora de mantener el empleo en el país en ellas. Un caso tan llamativo como reciente ha sido el caso de Renault, dado que la agresiva postura del Gobierno francés logró mitigar una parte de los despidos en el país.
FRANCIA, EL PARADIGMA DE QUE SIN ESTADO SE FUNCIONA MEJOR
A todas luces parece un logro, pero la pregunta es: ¿A cambio de qué? En términos materiales, el coste ha sido de 5.000 millones de euros en forma de un préstamo que recibió la compañía. Para hacerse una idea de lo que supone esa cantidad sirve decir que España con ese dinero es capaz de abonar el subsidio de desempleo para cerca de un millón de personas en un año. Pero todavía más importante es el subjetivo, dado que fue la torpe presión del Gobierno francés la que dinamitó su fusión con la firma italiana Fiat Chrysler agravando sus problemas financieros. Ahora, la transalpina se fusionará con otra compañía gala, Peugeot, pero que no tiene participación estatal.
Pese a ello, ese estereotipo francés ha quedado desactualizado. Si bien es cierto que su poder todavía es fuerte en algunas empresas muy concretas, como demostró el caso de Renault o el más reciente de Carrefour. También lo es que esa autoridad no es la que era en el tejido empresarial privado. El mejor ejemplo de lo anterior es coger dos fotos fijas espaciadas en el tiempo de la parte superior del CAC 40, el índice de referencia donde están las mayores empresas de Francia. Así, décadas atrás los primeros puestos los ocupaban compañías cuyos sectores en los que las relaciones con el Gobierno eran importantes: telecomunicaciones, servicios públicos o banca.
France Telekom o BNP Paribas eran hervideros de exasesores políticos que se habían forjado en la principal academia para funcionarios de Francia, la École Nationale d’Administration. Si tomamos una instantánea ahora se aprecia la diferencia con los grandes grupos del lujo como líderes indiscutibles. LVMH, Kering & Hermes o L’Oreal han sabido imponerse en un mercado global. En la industria también hay ganadores: Sanofi, Schneider Electric, Air Liquide, Basf o Publicis se han revelado como apuestas ganadoras.
LA GOBLALIZACIÓN COMO FUERZA IMPARABLE
«Aún es más revelador, como algunas grandes empresas comenzaron a prosperar solo una vez que se liberaron del yugo del gobierno», advierte el diario The Economist en un artículo sobre el tejido empresarial francés. La revista nombra los casos de éxito de la energética Total, privatizada en 1992, que ahora se codea los gigantes del sector como BP o Royal Dutch Shell. También las firmas aeroespaciales Safran o Airbus han disparado su valor superando a otras grandes marcas, como la propia Boeing.
Como probablemente ya habrá quedado patente, todas las firmas nombradas tienen algo en común: son compañías que han competido y ganado en cada uno de sus sectores a nivel global. Incluso para en el caso del Ibex 35, donde todavía quedan muchos rescoldos de ese pasado, las firmas predominantes como Inditex, Iberdrola, Banco Santander o la nueva estrella Cellnex están ahí gracias a que son empresas con ingresos que llegan desde un gran número de países.
Pero no solo es que ya lo sean, sino que todas ellas quieren serlo todavía más. Iberdrola se está extiendo por toda Europa a la vez que refuerza su presencia en América. Banco Santander, en palabras de su presidenta Ana Botín, aspira a ser «un gran banco global». La globalización, ese término que en algún momento se puso tan de moda, no es cuento para niños, sino una realidad vigente en el entramado económico de todo el mundo. Y, lo más importante, es que esa súper estructura global de estos gigantes no solo las convierte en intocables, nadie podría asumir su compra, sino que también en entes mucho más eficientes que muchas empresas nacionales.
EL DESASTRE DE YPF Y EL COSTE QUE TODAVÍA ACARREA
En definitiva, la globalización y la estructura eficiente que causa en las grandes firmas provocan que sea imposible pensar en nacionalizaciones. Como se ha dicho antes, porque el mero hecho de empezar a hacerlo (la Constitución no lo evita) abre una batalla judicial tan extenuante como cara. Una pugna que en el mejor de las casos finalizaría con la necesidad de resarcir a los accionistas de la misma con el valor que tenía hasta a esa fecha, como mínimo. Unas cantidades que hace tiempo quedaron fuera del alcance de un Estado hipertrofiado, con una deuda ya impagable y un déficit crónico.
Y si pese a todo ello se siguiese adelante, ¿para qué serviría? Probablemente para nada. La idea de nacionalizar Endesa no haría que los precios de la luz realmente bajasen. Es más, si se utilizase para mantenerlos más bajos artificialmente provocaría dos efectos contraproducentes: primero, expulsaría a otras compañías del sector causando un problema mayor. Segundo, para operar con pérdidas es necesario que el propietario de la firma las asuma. En otras palabras, lo que supuestamente se ahorrarían los ciudadanos deberían pagarlo por otro lado. Un resultado muy triste para tanto esfuerzo.
Por último, sirva decir que la experiencia ha demostrado que las nacionalizaciones de muchas empresas han acabo en desastre. ¿Alguien se acuerda de YPF? Argentina la expropió hace ya más de ocho años y todavía se enfrenta a pérdidas por entre 3.500 y 12.000 millones de dólares, tras la ratificación de la sentencia por parte de la justicia de Nueva York. Aunque el mayor problema fue que la corrupción y la manipulación pública convirtió a una compañía rentable en un cadáver. Una verdad tan triste como real, por mucho que se quiera enmascarar. Curiosamente, los que más deberían saberlo, porque o lo vivieron de cerca o directamente ayudaron a ello, son los que más claman por volver a hacerlo. La cosa es que si la historia ha demostrado ser un error garrafal, ¿Qué razón oculta tienen para seguir empeñados en ello?