El último dato de facturación del Grupo Planeta habla de 1.800 millones de euros. En el caso de Calidad Pascual, esa cantidad es de 700 millones de euros. Dos imperios que se remontan a los años de la posguerra. Y ambos, aunque son de sectores radicalmente distintos, tienen un nexo común: son lo que son gracias a dos entidades financieras.
Hay que remontarse a 1944 para ver a un joven José Manuel Lara con ganas de comerse el mundo. Había trabajado de todo: carpintero, vendedor de galletas durante la Guerra Civil, operario en Pirelli… incluso bailarín de Celia Gámez. Pero estaba claro que quería ser su propio jefe. Primero, fundó una academia. Después, compró Editorial Tartesos. Y lo hizo por 200.000 pesetas.
¿De dónde iba a sacar el dinero? La mitad, de un crédito. Lo pidió al Banco Zaragozano. Y tanta confianza tuvo en él un ejecutivo de dicho banco, llamado Antonio Almanzor, que se lo dio sin otra garantía que su propia persona. Así veía la luz Editorial Lara que, en 1949, ya pasó a denominarse Editorial Planeta. Y llegó hasta donde llegó porque” tenía la listeza del que había pasado hambre y la cólera propia de un legionario”. Así lo vio su hijo del mismo nombre.
Listeza que le hizo saber fichar a los mejores autores de todas y cada una de las décadas. No fue sólo por dinero, sino también porque supo ofrecer una mejor distribución a sus obras. Por no hablar del caramelo que suponía ganar el Premio Planeta, el mayor galardón literario: 600.000 euros.
PASCUAL IMITA A PLANETA
Editorial Planeta tiene como una especie de hermano gemelo en Calidad Pascual. Su fundador, Tomás Pascual, comenzó sus andanzas como empresario en la estación de trenes de Aranda de Duero siendo un chiquillo. Su padre regentaba la cantina, y él se dedicaba a vender bocadillos. Sus hermanos, más adelante, la animaron a la venta de piensos por toda la comarca de Burgos. Hasta que una entidad financiera le dio el empujón definitivo.
No fue el Banco Zaragozano, como en el caso de Editorial Planeta, sino la Caja de Ahorros Municipal de Burgos. La entidad le puso en bandeja de plata la adquisición de una cooperativa ganadera. Porque, utilizando un dicho popular, Tomás Pascual no tenía un duro. Así se lo hizo saber. Y la respuesta de la caja fue que no se preocupara del dinero. Que ellos lo ponían. Y, de la leche, aunque no sabía nada, viendo su espíritu emprendedor, acabaría aprendiendo. Corría el año 1969.
Esa cooperativa ganadera fue evolucionando para transformarse en el gran grupo de alimentación que es hoy. Por ejemplo, exporta a casi 70 países. Su gama de productos abarca más de 200, y supera los 2.300 empleados. Algo que no hubiera sido posible sin su inversión en investigación. Gracias a la misma, fueron pioneros a la hora de lanzar lo que se vino a denominar como leche de larga duración. También introdujo la leche en brik, la leche desnatada y la semidesnatada. La diversificación vino después con el agua, y con los zumos (Zumosol, y su famoso primo, son parte de la historia publicitaria de España). Las leches con zumo (Bifrutas), o las bebidas a base de soja, son otros de sus hitos.
OTROS INICIOS CURIOSOS
Si tanto Editorial Planeta como Calidad Pascual tuvieron unos inicios curiosos, otros negocios que tienen renombre no le van a la zaga. El más antiguo de todos es el de Codorníu. Allá por 1872, José Raventós excavó un subterráneo en el jardín de su residencia para producir vinos espumosos. Su hijo, Manuel, deseoso de mejorar el producto, colocó un termómetro en su bastón cuando visitaba las cuevas donde reposaba el champán. De esta manera sabía cuál era la temperatura a qué debía estar el vino. Su facturación está sobre los 200 millones de euros.
Camper, por su parte, se originó porque Antonio Fluxá, en 1877, decidió que era el momento de aprender las nuevas técnicas de fabricación industrial que se estaban cocinando en Inglaterra. Hizo la maleta y, de vuelta, juntó a los maestros artesanos de Inca (Mallorca) para enseñarles esas máquinas. Al formar parte del grupo Forch Med, no reporta resultados.
Una lluvia de millones es lo que dio origen a Pastelerías Mallorca. En 1930, a su fundador, Bernardino Moreno, le tocaron 75.000 pesetas en el Gordo de la Lotería de Navidad. La marca de botas Chiruca vio la luz porque un avión alemán de la II Guerra Mundial cayó en un pueblecito de los Pirineos catalanes derribado por los franceses. Un ingeniero textil cogió parte del fuselaje y creó el molde de las botas. Y, Rodilla, compró una tienda que hacía pan, pasteles y embutidos. Los ‘culos’ del embutido nunca se ofrecían al público y Antonio Rodilla decidió sacarles partido. Los vendió en un pan de sándwich con una receta creada por él.
Negocios, como los de Planeta y Pascual, y los anteriormente reseñados, que no sólo tuvieron un comienzo cuanto menos curioso. A lo largo de décadas han sabido adaptarse a las circunstancias para seguir adelante. Ahora sólo les queda superar la pandemia.