Aunque se comen durante todo el año, la llegada del frío propicia en la hostelería madrileña el consumo de callos, uno de los platos más castizos, junto con el cocido, del recetario local y, para muchos, un auténtico manjar. Seleccionamos algunos de nuestros lugares favoritos para disfrutarlos en la capital, un auténtico plato estrella y más con la llegada del frío.
El origen de los callos a la madrileña, un clásico atemporal de nuestra gastronomía que quienes aman lo hacen con fervor, es más bien incierto. Algunas de las primeras referencias escritas a esta receta se encuentran en la novela picaresca Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán (1599), donde se los califica como “revoltillos”, y en un tratado de cocina de 1607, en el que el cocinero Domingo Hernández de Maceras los eleva ya a la categoría de “delicatessen”. Estudiosos en la materia sitúan sus raíces –como las de muchos otros grandes representantes de la cocina patria– en los estratos sociales más humildes, que acudían a los mataderos en época de hambruna a recoger lo que nadie quería, y hay quienes sostienen que llegaron a Madrid procedente de Asturias, aunque existen también numerosas versiones de esta preparación fuera de España.
4La Ancha (Zorrilla, 7. 91 429 81 86 / Príncipe de Vergara, 204. 91 563 89 77)
Nino Redruello, tercera generación al frente de un restaurante familiar con más de 100 años de historia, conserva intacta la receta de callosque hacían sus abuelos cuando llegaron a Madrid desde Asturias trayendo la morcilla y el chorizo ahumado que dan carácter a esta receta.
Sus callos son grises, con mucha “toalla”, pies y morro de ternera para provocar la gelatina en boca, pimentón de La Vera y un sofrito de ajo y cebolla cocinado durante casi tres horas de las que invitan a mojar pan como si no hubiera mañana.