sábado, 21 diciembre 2024

El hidrógeno, un fracaso durante 50 años: está vez será diferente

La historia de cómo el hidrógeno sería capaz de reemplazar a los hidrocarburos no es nueva. De hecho, el tema ha adquirido relevancia política real en dos ocasiones en los últimos 50 años. En 1970, la crisis del petróleo llevó a los científicos a explorar diferentes alternativas para acabar con la dependencia al petróleo. La idea de un gas cuya combustión (reacción con el oxígeno) generaba como residuo el agua se convirtió en una romántica solución, aunque sin suerte. En 1990, los primeros coletazos del cambio climático volvieron a poner el proyecto sobre la mesa, pero de nuevo fracasó.

Ahora, la idea ha vuelto con fuerzas renovadas y con la convicción de que está vez si se logrará. Pero ¿qué ha cambiado? ¿Por qué está vez es diferente? La razón más importante es que realmente se han puesto las bases para que exista un verdadero progreso tecnológico. Pese a lo que se suele pensar, la tecnología no avanza de manera autónoma con el paso del tiempo, sino que necesita de la combinación de dos catalizadores. Uno de ellos es la acción gubernamental de la gran mayoría de los Gobiernos de todo el mundo. El otro son las condiciones y fuerzas naturales del mercado, encarnadas por el papel de las empresas.

Los gobiernos democráticos poseen tres herramientas fundamentales para afianzar y hacer progresar una tecnología. El primero y fundamental es la financiación, de tal manera que por norma general a más dinero más progreso. Pero eso no se consigue de la noche a la mañana. De hecho, por su naturaleza intrínseca (democráticos) ese maná de dinero solo se logra cuando todo el mundo está convencido de que esa industria o tecnología es tan rentable como necesaria. Una condición que ahora, más que nunca, se cumple.

LOS GOBIERNOS SE TOMAN EN SERIO EL TEMA DEL HIDRÓGENO

El hecho de que el interés oficial por el hidrógeno está aumentando es evidente. En junio, Alemania anunció un programa de subvenciones de 7.000 millones con el objetivo de convertirse en un «líder mundial». La Unión Europea presentó un plan ya en 2018 y su actualización contiene la ambición de instalar 40 GW de capacidad de hidrógeno verde para 2030. Para ese mismo año, China espera tener hasta un millón de vehículos propulsados por celdas combustibles en sus carreteras. Japón está apoyando iniciativas muy ambiciosas de cara a convertirlo en una industria totalmente competitiva en 2050.

Incluso el Gobierno de España, que siempre vamos rezagados en todo, planea invertir hasta 8.900 millones en los próximos años. Pero la financiación por sí sola no es capaz de alcanzar las metas que exige un cambio tan radical, de hecho, los Gobiernos cuentan con otras dos herramientas: la regulación y los impuestos. El objetivo primordial de la primera es limar las impurezas del avance tecnológico. Así, el uso del cinturón de seguridad o el casco es un buen ejemplo en el desarrollo de la industria del automóvil. El segundo busca redireccionar a las empresas hacía la dirección correcta.

Un ejemplo de todo lo anterior está recogido en el plan español anunciado este pasado martes 6 de octubre. De hecho, ese marco, que se acomoda sobre uno originario de la UE, contiene hasta 57 medidas destinadas a encarrilar las distintas metas en la larga carrera que queda por delante. A su vez, el apoyo en la fiscalidad es otro elemento vital en el borrador. Así, la propia medida número 5 habla de la utilización de «los impuestos indirectos» para generar «efectos positivos» en el medioambiente. Sin ir más lejos, los bonos de Co2 europeos son otro ejemplo.

LAS EMPRESAS ENERGÉTICAS DAN EL SIGUIENTE PASO

Antes de que los gobiernos lanzasen sus planes de financiación, las grandes empresas energéticas ya habían dado un paso adelante. Una iniciativa que supone el pistoletazo de salida del segundo requisito clave para el progreso tecnológico: las fuerzas naturales del mercado. En este punto, las herramientas de mejora son dos: la codicia humana entendida como el deseo de incrementar los beneficios en un futuro, en un contexto en el que a mayor valor creado más dinero se gana. El segundo es la ambición que es el deseo de hacer algo grande, ya sea por ego o confianza, que incluye cambiar el mundo.

Una vez ambos sentimientos se alinean, tanto a nivel empresa como individuo, se produce un impulso hacía la optimización que hace que la tecnología avance. A su vez, crea ganadores y perdedores. Por ello, las grandes firmas se han lanzado a conquistar la llamada curva del aprendizaje para hacer de la producción y uso del hidrógeno una tecnología útil y rentable. La clave en todo esto está en las llamadas pilas de combustible: las cuáles no almacenan electricidad y la liberan (como las baterías), sino que generan (desde un tanque donde se almacena) esa corriente a partir de una reacción entre el hidrógeno y el oxígeno.

Lo anterior, tiene mucha importancia en el futuro del hidrógeno frente a las baterías a la hora de encontrar nichos de negocio. Así, en desarrollos que necesitan de muy poca energía las pilas de combustible no funcionan bien. De hecho, el uso de una batería transforma el 86% de la energía obtenida de una fuente renovable en movimiento, mientras que con hidrógeno solo se consigue en torno al 45%. Un muro energético que tiene su explicación en las leyes de la termodinámica y en cómo se genera esa sustancia.

TRANSPORTES PESADOS COMO NICHOS DE MERCADO

Al fin y al cabo, el contenido energético del gas proviene de otra reacción, por lo siempre tendrá menos energía de la aportada inicialmente. Ese es uno de los grandes retos de la industria y es la explicación de porqué los analistas dudan de su uso en automóviles. De hecho, los últimos datos de matriculaciones señalan que apenas hay una decena de miles de coches propulsados por pilas de combustibles frente a los más 10 millones de vehículos con batería. Sin ir más lejos, una de las grandes apuestas de Elon Musk y Tesla es desarrollar todavía más las baterías.

Aunque el tema cambia cuando la actividad necesita de una mayor energía. Las baterías también tienen sus limitaciones físicas, en este caso, se le conoce como densidad baja. En otras palabras, necesitan ocupar mucho espacio para propulsar transportes pesados durante grandes distancias. De hecho, los tanques de hidrógeno a 700 atmósferas contienen entre 2 y 5 veces más de energía utilizable por litro que una batería de iones de litio. Esa cifra crece considerablemente cuando se licua (otra tecnología avanzada). Incluso, cuando se hace reaccionar con el nitrógeno, que forma el amoníaco, todavía ocupa menos espacio.

Esa ventaja permite que el hidrógeno sea la mejor alternativa para camiones, barcos o aviones. Daimler y Volvo han invertido 1.200 millones de euros en su desarrollo y Hyundai cuenta con una flota de transporte pesado propulsado por pilas de combustible. Además, el Consejo Internacional de Transporte Limpio calculó recientemente que con la actual tecnología de celdas se puede lograr mover toda la flota que transcurre entre China y EEUU. Pero sus usos no terminan ahí. También se prevé su desarrollo en la industria pesada o incluso como combustible para la calefacción de hogares, como están probando en Australia, Gran Bretaña y Alemania.


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