El pasado domingo 26 de abril, los niños pudieron gozar de un alivio en su confinamiento y por fin se les autorizó a salir a dar un paseo. Sin embargo, muchos padres se encontraron con la negativa de sus hijos a abandonar el hogar. Según los psicólogos, está siendo algo bastante frecuente en esta crisis tan excepcional que estamos viviendo. Los niños son verdaderas esponjas que reflejan el temor de los adultos y el miedo se contagia muy fácilmente en las interacciones sociales. Ni siquiera es necesario hablar de ello, los gestos, las expresiones faciales o la actitud, son indicadores suficientes para que el niño interprete que la situación es insegura para todos.
Sin embargo, sentir miedo es normal, es una emocion adaptativa que pone alerta al individuo para alejarse de eso que interpreta como peligroso. En este caso la amenaza se encuentra en la calle. Desde el comienzo de la pandemia, nos hemos visto sometidos a una auténtica avalancha de información, con una constante repetición de cifras de contagiados y fallecidos, con datos sobre nuevos síntomas, imágenes de detenciones, prórrogas de cuarentena, etc. Ha sido imposible, para muchos adultos, no sentirse abrumados ante todas las noticias que se han ido sucediendo y los niños, en muchos casos, también han sido expuestos a informaciones que sobrepasaban su capacidad de razonamiento. Tampoco es recomendable que reciban explicaciones que no puedan comprender demasiado bien, porque eso les provoca aún más miedo. Esto es algo que ha podido pasar en algunas familias por recibir demasiadas actualizaciones sobre el coronavirus o por haber visto demasiados informativos.
DIALOGAR Y NEGOCIAR; NO FORZAR
La edad también influye en la reacción de los niños. Por ejemplo, los menores de cinco años son menos conscientes por lo que apenas manifiestan miedo. Generalmente la última explicación que le dan los padres es la que cala, aunque las anteriores le hayan causado temor. Los expertos en psicología infantil señalan que es a partir de los 6 años cuando aparecen los miedos y se prolongan hasta la preadolescencia, cuando el niño tiene más capacidad para razonar y gestionar emociones. Los niños de estas edades, a partir de los 11 aproximadamente, si no quieren salir, lo más probable que sea por pereza que por miedo.
Afrontar este problema los padres deben averiguar cual es el origen del miedo, que puede venir provocado por el contagio de una persona de su entorno, por el miedo de los propios padres o por un exceso de información. Es importante que los padres muestren seguridad y tranquilidad, para que el niño también sienta mayor confianza. Otra forma de ayudar al pequeño que no quiere salir es dialogar con él y convencerle de realizar pequeños retos como salidas muy cortas. No es recomendable forzar al niño a salir en contra de su voluntad porque podría provocarle un mal mayor. Y a pesar de todo el niño se mantiene en su negativa, entonces sí sería aconsejable acudir a un especialista.