sábado, 23 noviembre 2024

El puzle del covid-19 en Madrid: el 8M lo condensó y el Metro lo diseminó

Las piezas del puzle de la pandemia por covid-19 en Madrid empiezan, muy lentamente, a encajar. Una de las cosas que parece más segura, al menos en las grandes ciudades, es que los transportes públicos han sido el principal vehículo de transmisión de la infección. En especial, el Metro, cuya aparición en distintos estudios está muy por encima de otros sospechosos a priori como los colegios. Pero, para ello primero tuvo que concentrarse el virus en él. En esto último, cada vez es más evidente, aunque se prefiera evitar, el papel fundamental (y triste) de las concentraciones del 8M.

En el intento de reconstruir el puzle, el primer elemento que destaca es el fuerte efecto que ha tenido el transporte público para expandir el virus. Así, lo pone de manifiesto un completo artículo científico, ‘The subways seeded the massive coronavirus epidemic in New York City’, de Jeffrey E. Harris: «El sistema de metro de la ciudad de Nueva York fue uno de los principales diseminadores, sino el principal vehículo de transmisión, de la infección por coronavirus durante el despegue inicial de la epidemia masiva”. A lo que se suma el impacto sobre el mismo de las marchas del 8M y el lamentable cónclave en Vistalegre.

Los datos de uso, así lo reflejan. En los de 2019, la línea 1 (coincidente con el inicio, Atocha, y el final, Sol, de la manifestación) tuvo una afluencia en dicho mes muy superior a la del resto de los meses. La demanda alcanzó los 8,77 millones, lo que supone un 8,3% superior a la cifra de febrero. A su vez, el uso del Metro en el tercer mes del año fue superior un 4,4% que en enero, casi un 9% más que en abril e incluso un 3,5% superior a mayo pese a las festividades madrileñas. La secuencia también se aprecia para las otras líneas que confluyen en Sol: la Línea 3 tuvo en marzo su mes con mayor actividad hasta octubre y en el caso de la 2 solo fue superada por enero.

VAGONES ABARROTADOS ANTES Y DESPUÉS

En condiciones normales, cualquier viaje en el Metro de Madrid en fin de semana se puede solventar sin apretujones. Algo que no es posible un día laboral, por ejemplo. Pero, el hecho de transportar decenas de miles de personas, el dato oficial (que se queda muy corto) son 120.000 asistentes, a un lugar y destino similar complica las cosas. Cualquiera que asistió se recuerda a si misma apiñada en alguno de los vagones en una u otra dirección. A lo que se añaden los contactos (tanto voluntarios como involuntarios) a lo largo del recorrido. Y, por último, una salida también conjunta desde allí.

Pero, si todo lo anterior fuera más o menos correcto los datos deberían encajar. El primero, que el número de manifestantes, o usuarios del Metro en aquellos días, presentasen síntomas en los días siguientes. Como así ocurrió. Los últimos datos sobre el virus señalan que los infectados experimentan síntomas más graves entre 7 y 10 días después de producirse el contagio. No puede ser casualidad, a no ser que directamente no se quiera ver, que en la semana siguiente las UCIs madrileñas sufrieran sus primeras aglomeraciones. Incluso que el propio 18 de marzo, justo 10 días después, los medios informasen de que se tendrían que tomar las medidas de Lombardía y decidir qué pacientes tratar.

Por último, el número de infectados debería cuadrar con un foco tan virulento como el descrito. El problema para ello, es que no había forma real de conocerlo sin hacer los suficientes test. Aunque si existe un detalle sospechoso del efecto que pudo tener el 8M para incrementar los casos y, es que el número de contagios en mujeres jóvenes en aquellos días se disparó. En concreto, el 23 de marzo se disponía de la siguiente información: las mujeres contagiadas con una edad entre los 20 y los 29 años era un 25,37% superior al de los hombres. En el caso de los 30 a los 39 años la brecha se amplió al 30,7%.

LA FALTA DE DESINFECCIÓN HIZO EL RESTO

Por cierto, ese salto anterior no se atisba en ningún otro gran país. Aunque, tampoco es del todo concluyente, dado que existe otro factor importante: el elevado número de enfermeras, muy por encima que l de hombres, que están en contagio continuo con el virus. Sea como fuera, a la mañana siguiente tras aquella orgía vírica en el Metro madrileño los vagones se volvieron a llenar hasta rebosar. Era un nuevo día laborable. Otro problema más si se le añade que no había ordenes expresas de desinfectar los trenes utilizados, lo que permitió una mayor propagación todavía.

Tampoco se hizo al día siguiente, el martes, por lo que los restos víricos se acumularon entre los que ya estaban y los que dejaban los nuevos contagiados que no eran conscientes. De hecho, no fue hasta ese mismo día, el 10 de marzo, que el Gobierno de Madrid notificó que desinfectaría a diario el transporte público, según se publicó en el Boletín Oficial de la Comunidad. Finalmente, la medida entró en vigor el mismo miércoles, pero ya era muy tarde.

En definitiva, un Metro infectado transporta de media 2,5 millones de pasajeros al día por toda la ciudad es una bomba de relojería demasiado grande. Como ha puesto de relieve el artículo Harris. Por ello, se entiende que las medidas de teletrabajo, todas las que puedan, continuaran en los próximos meses y se acentuarán allá por octubre cuando el transporte público vuelve a registrar picos de uso en Madrid. Al parecer, todo esto está muy lejos de acabar, al menos, en España.


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