Semana de desayunos madrileños: el lunes Pedro J. regalaba los oídos al empresariado para presentar Invertia y ayer Feijóo le enseñaba a Casado el camino al centro. Mientras, Iturgaiz se mostraba fan de Abascal ante Federico y Alberto Garzón disfrutaba de un cómodo masaje de Àngels Barceló, síntoma de la sintonía entre el Gobierno y la emisora.
El ministro de Consumo, cartera sin apenas competencias creada ex profeso como pago a Izquierda Unida por su fidelidad dentro de Unidas Podemos, se pasó anteayer por el estudio de la SER para excusarse tras recular a la hora de regular el sector del juego.
Y es que a nadie se le olvida que Izquierda Unida ha dado una necesaria matraca contra las apuestas deportivas, ‘neoheroína’ según el marxismo español. Garzón dejó claro que imitaría a Italia y prohibiría la publicidad de las apuestas o al menos las relegaría al horario marginal de las teletiendas, el porno light y los echadores de cartas: la alta madrugada (entre la una y las cinco).
Pero se las vio con el lobby del juego y con teles y radios. Y Garzón merendó intenciones y en vez de largarse a su casa, que es lo que tendría que hacer, ahora se imposta como estadista y exhibe un argumentario digno de los prebostes de Betfair o en Bet365 (que hace dos años le ‘regalaba’ similares ideas al Gobierno del PP).
LA SER LE COMPENSA
En Twitter le habían puesto rojas las orejas durante el fin de semana y la Cadena SER se empeñó en lavarle la cara mientras la lacra del juego es obviada por Francino, centrado en los tópicos sobre la despoblación y en la promoción de películas y libros que le parecen guais.
Recuerden que El Confidencial afirmó que Garzón se vio con los capos de SER, COPE y Onda Cero y Daniel Gavela, director general de la primera, «fue quien se erigió en la voz cantante del sector» y, por lo tanto, consiguió ayudar a modificar el borrador del decreto.
«Su principal argumento fue que la implantación de medidas demasiado restrictivas pondría en peligro numerosos puestos de trabajo, debido al volumen publicitario de las casas de apuestas, que ya supone una de las partes más sustanciales de sus ingresos, principalmente en los espacios deportivos», explican.
LAS APUESTAS EN PRIME-TIME
Las radios prácticamente seguirán haciendo lo que les viene en gana en el mundo del juego, aunque Garzón dice que al menos no pueden decir «apuesta, apuesta, apuesta», y las teles podrán seguir emitiendo spots en medio de partidos que se disputen en prime-time.
Quique Peinado le buscó el mentón al ministro de cartera mínima: «Confirmado. Se permite que empresas cuyo negocio es que mis hijos se arruinen la vida se anuncien en un Madrid-Barça. Tened en cuenta que si este gobierno dice que algo es un problema de salud pública o que ‘sí, se puede’, es probable que esté mintiendo».
El showman denuncia que se «tiran abajo un paquete de reformas, y que se presentan así en un claro intento de esconder la bomba: ‘en horario infantil’. Es decir, se excluye la máxima audiencia. La restricción es cosmética en el ámbito de las retransmisiones deportivas».
INTERCAMBIO DE GOLPES
Ojo al argumento de Alberto Garzón: «La prohibición total de la publicidad generaría incentivos para que creciera el juego ilegal y para que la publicidad se dirigiera a otros soportes no fácilmente regulables, más accesibles para colectivos vulnerables».
Peinado contesta: «Prohibir publicidad en el partido de máxima audiencia no es una prohibición total. Eso es una falacia absoluta. Es una cesión política que favorece a quien favorece, y no a quienes se dice querer proteger. Es directamente mentira».
Y el ministro, que todavía no ha dimitido, sigue con la matraca: «Nosotros protegemos a los usuarios que por ocio o necesidad quieren jugar online, y nos parece inadecuado e imprudente empujarles a un sistema de juego ilegal y no regulado donde están desprotegidos ante las prácticas de las empresas de juego».
Ante lo que estamos desprotegidos es ante partidos de aire revolucionario que cuando tocan moqueta deciden apostar por el consenso socialiberal en vez de cumplir sus promesas electorales. En definitiva, que para que gobiernen como el bipartito no hacían falta tantas alforjas.