En Latinoamérica hay más de 100 millones de personas sin acceso a Internet o con acceso deficiente. La compleja geografía del continente, con grandes cordilleras (como la andina) y amplias zonas selváticas (como la Amazonía), provoca que haya muchas poblaciones que, en pleno siglo XXI, aún permanecen aisladas.
Negro Urco es una pequeña comunidad originaria ubicada en plena selva peruana, a orillas del río Napo, uno de los afluentes más importantes del Amazonas en su vertiente peruana. Es una localidad a la que no llega ninguna carretera, y su principal vía de acceso es fluvial. Para desplazarse hasta otras comunidades o a la ciudad de Iquitos, que es la más próxima, se precisan muchas horas e incluso varios días de navegación. La vida en este lugar recóndito del planeta no es precisamente fácil.
1Conectando a los desconectados
“Acá tenemos muchas dificultades. No tenemos servicios básicos como agua potable, canalización, saneamientos… Disponemos de un generador de electricidad, pero solo contamos con tres horas de luz al día. Tampoco tenemos médicos, solo dos técnicos sanitarios, lo que resulta insuficiente para atender todos los problemas de salud de la población”, nos cuenta el APU de Negro Urco, José Cubas Coronel, máxima autoridad de la comunidad.
Pero sin duda la mayor dificultad reside en su aislamiento, que hace muy difícil la llegada de cualquier suministro y el desplazamiento de la población a otras comunidades para disfrutar de servicios que aquí no se prestan. Por eso, cuando Telefónica decidió implantar el servicio de telefonía móvil e internet en Negro Urco, la vida de sus habitantes dio un giro de 180 grados. De repente, se abría una vía de comunicación con el exterior. Y lo que es más importante, una vía de comunicación inmediata.
“La llegada de la telefonía móvil a nuestra comunidad ha sido muy importante porque nosotros hemos estado muy olvidados y aislados -prosigue el APU-. Al principio contábamos con radiofonía para comunicarnos. Después de eso vino el GILAT, un teléfono satelital. Pero estaba dos o tres días operativo y luego se iba la señal. En la práctica estábamos aislados y para dar un aviso a alguien se hacía a través de cartas o mensajes escritos. Todo se demoraba mucho. A veces, por ejemplo, un padre enfermaba y cuando sus hijos recibían la noticia y se desplazaban hasta aquí ya le encontraban en el camposanto”.