Este jueves será la última vez que Mario Draghi se ponga delante de los corresponsales económicos que acuden a las ruedas de prensa del Banco Central Europeo en Frankfurt, tras presidir su último consejo al frente de la entidad monetaria europea.
Su salida, como la de las personas que imprimen huella en la historia, se produce en medio de abiertos partidarios y fieros detractores. No en vano le ha tocado manejar una de las épocas más complejas y tumultuosas de la historia europea. Para muchos, Draghi se ha convertido en una especie de Dios Jano, ese ser mitológico romano de las dos caras que se le invocaba antes de comenzar una guerra.
Su ambivalencia y su capacidad casi jesuítica para no decir una palabra más de lo que quiere decir, muy en la escuela de Goldman Sachs, le hace pasar por un visionario que salvo el Euro y la Unión Monetaria con aquella ya famosa comparecencia del “Whatever it takes” del 26 de julio de 2012, en la se comprometió a hacer cualquier cosa para salvar la moneda única.
Luego, con el paso del tiempo se demostró que la cosa no era para tanto. Supo alternar extraordinarias piezas declamatorias sin ninguna medida efectiva con políticas concretas de expansión monetaria como las bajadas de tipos, siempre estirándolas más de la cuenta, las LTRO y todo tipo de compras de activos, pero siempre trasmitiendo a los mercados que hacía más de lo que realmente hacía, en lo que demostró ser una estrategia de comunicación perfecta, acostumbrados a las torpezas de su antecesor el francés Jean Claude Trichet delante de los medios.
Draghi ha sabido manejar los tiempos y navegar entre los halcones y las palomas del BCE, haciendo de su capa un sayo y tomando las riendas del destino de la UE, ante la cobardía de la clase política europea, que demostró, durante la crisis de deuda soberana de 2012, que le viene grande el proyecto europeo a la mayor parte de los políticos de la Eurozona.
En el haber de Draghi quedara no solo haber salvado el Euro, sino haber elevado el cargo de gobernador de BCE a la categoría de estadista, cuando, ante los ojos de la opinión publica, el banco de Frankfurt solo era antes de su llegada un bunker de burócratas econométricos aburridos.
También tiene en su saldo a favor el crecimiento del empleo con más de 11 millones de empleos creados y haber salvado a la Banca Europea con sus inyecciones de liquidez, las LTRO, así como haber evitado el “Grexit”, o lo que es lo mismo la salida de Grecia de la Unión monetaria, y el rescate de la Banca española y de Italia. De la mano del ex ministro de Economía español Luis de Guindos, evito el desastre del default español, de consecuencias incalculables para el futuro de la Unión.
Pero como buen Dios Jano, “SuperMario” también tiene otra cara llena de sombras. El complejo entramado de políticas monetarias expansivas que deja a su sucesora Christine Lagarde nos han metido en un inexplorado territorio que nos lleva a la «japonización»: una zona euro con poco crecimiento, una inflación birriosa y con un crecimiento de los salarios ínfimo que aboca a las clases medias europeas a un empobrecimiento lento, pero seguro que retrae el consumo de la zona euro.
Deja un banco central divido con una reanudación de las compras de activos y señalando con el dedo a los dirigentes europeos diciéndoles que la política monetaria no puede ir mas allá y que es el tiempo de la política fiscal de los Estados Europeos.
Solo el tiempo y el juicio de la Historia, como dicen los clásicos, podrán decir si Draghi acertó o se equivocó en el rumbo de la política monetaria. Si las medidas han sido certeras o solo una patada hacia delante para alejar los problemas de la economía europea.
Pero lo que es seguro es que ya no se volverá a mirar al puesto de presidente del BCE como ese cargo secundario de un burócrata aburrido que presenta sesudos estudios econométricos en el bunker del número 20 de la calle Sonnemann de Frankfurt, mientras «baila» al son que le tocan desde Alemania y Francia.