Hasta 1.000 millones de dólares, unos 900 millones de euros, han estado desapareciendo de Deutsche Bank cada día, según Bloomberg, y que podría haber supuesto la salida de 45.000 millones de dólares, según apuntan otros medios estadounidenses. No hace falta hilar muy fino, ni dedicarse a las finanzas, para recordar que bajo este tipo de noticias (que se publicaban porque así estaban sucediendo) sobrevino el principio del abrupto final de Banco Popular, del que ya no queda nada (Banco Santander erradicó lo poco que quedaba este fin de semana). Aunque en realidad, la situación no es comparable (la historia nunca se repite), pero ambas secuencias riman (por desgracia) con demasiada exactitud.
Para ser justos, del gigante alemán no están saliendo dichas montañas de dinero de los depósitos de sus clientes minoristas, como si ocurría en el Popular, ya que se trata de posiciones líquidas de grandes fondos de inversión que ante la decisión de cerrar las áreas de Equity Sales y Trading Bussines han preferido transferir su capital a BNP Paribas (entidad con la que ha llegado a un acuerdo). Pese a que lo anterior tiene sus diferencias con las salidas estrictas de capital que tuvieron lugar en la entidad española, ambas tienen un punto (alarmante) coincidente, y es que estás corridas bancarias, que en el caso del Deutsche llaman moderna, se dan porque se ha perdido el elemento esencial que sostiene a cualquier banco del mundo (que por definición es una estructura solvente): la confianza. En definitiva, los problemas serios empiezan cuando un cliente de una entidad española con más de 100 años piensa que mañana no podrá retirar su dinero o cuando un gran fondo teme a un bloqueo de sus fondos (lo que ocurrió con Lehman Brothers).
Pero, obviamente, que la pérdida de confianza sea el principio del fin para un banco, no significa que hasta ahora todo haya funcionado bien, de hecho, es todo lo contrario, ya que es sinónimo de que las cosas se han torcido demasiado hasta aparecer importantes problemas. Curiosamente, ambas entidades en su día fueron un referente para su mercado (el Popular era el banco más rentable de España, mientras el teutón se codeaba con los gigantes de Wall Street tras triunfar en Europa), y en medio de aquella euforia, de que nada les podía salir mal, se lanzaron a ser todavía más grandes cayendo de lleno en la burbuja que en ese momento imperaba en cada mar en el que navegan, la española entró de lleno en la inmobiliaria y la alemana en la subprime y venta de derivados.
Como ya es conocido, las burbujas pincharon y pillaron de lleno a innumerables entidades, entre ellas obviamente a Popular y Deutsche. Con ello, se inauguró la etapa de las reestructuraciones, que incluía fusiones, compras entre bancos y el uso de la manguera pública para apagar los incendios. Aunque, tanto la española como la alemana no quisieron participar de las ayudas públicas, en el caso de la entidad que dirigía Ángel Ron para preservar la independencia y el buen nombre y en el caso de la teutona porque era imposible meter mano a semejante monstruo. Tampoco se acometieron ventas o fusiones transcendentes, para la germana todavía se buscan y en la que cayó el Popular, tras su defunción, es de sobra conocida, por lo que al final enfilaron el camino de la dolorosa reestructuración y limpieza de balance en solitario.
El problema de la reestructuración y limpieza de balance, vender los activos improductivos a un valor mucho menor del que aparecen contablemente, es que son un terrible dolor de cabeza y dejan una marca imborrable en los grupos 8 y 9 del plan contable, esto es que consumen mucho capital propio. De hecho, la entidad española tras ampliar capital en 2016 por 2.400 millones, que le permitió incrementar sus fondos propios hasta los 14.165 millones, decidió sanear activos por 10.000 millones apuntándose unas pérdidas de 3.682 millones (o lo que es lo mismo, dichos fondos pasaron de los más de 14.000 anteriores a 10.483 millones), en el caso del Deutsche es todavía más marcado, ya que lleva una década reduciendo su activo y cuyo patrimonio sigue por debajo del valor de 2014. Una cifra que todavía se reducirá más una vez se carguen a las cuentas los 7.400 millones que costará el plan de reestructuración, que implica a 18.000 trabajadores y se amortizara en tres años. Más presión para la entidad.
LASTIMOSA EVOLUCIÓN BURSÁTIL DE DEUTSCHE BANK
Los malos resultados financieros unidos a las necesidades de capital, para la reestructuración, tienen un desenlace obvio: la cotización bursátil se hunde. Deutsche Bank es un fiel testigo de ello, como lo fue Popular en sus peores años, de hecho, si ponemos como fecha de partida 20 años atrás se puede observar que el 85,6% que ha perdido en bolsa se asemeja a la caída que acumulaba la entidad española, desde el mismo punto de partida, en 2016 cuando el entonces presidente Ángel Ron buscaba desesperadamente inversores para ampliar capital.
Aun así, todavía queda margen para que el Deutsche pueda levantar la cabeza, ya que en el caso del Popular este se dio por muerto cuando acumulaba una caída del 98%. Pero ya se avisa que no será nada fácil ni siquiera con la reestructuración que se ha llevado a cabo, puesto que los mercados exigían más despidos al castigarle con fuerza en las sesiones siguientes, además, deberá conseguir lo más difícil que es recuperar la confianza de sus clientes con un capital escaso. De hecho, solo la ayuda del BCE, que le ha rebajado el requerimiento de capital hasta el 11,82%, en una decisión indulgente que busca evitar males mayores, le permitirá cumplir con lo requerido. Aunque, pese a la ayuda del regulador, las apuestas a que el banco alemán quiebre (a través del mercado de CDS) son el doble de altas que BBVA, tres veces más que el HSBC o BNP Paribas.