A mí nunca me gustó mucho estudiar. Y cuando llegó la adolescencia, la cosa se puso difícil. Por un lado, los entrenamientos de sincro empezaron a ir en serio; entrenaba ocho horas de lunes a sábado y me quedaba poca energía para los estudios, que también se estaban poniendo duros. Y por otro lado, mientras mis amigas se iban a merendar y a la discoteca, yo tenía que entrenar. Por suerte, estuve muy bien acompañada por unos padres que me dejaban seguir mi camino, pero asesorándome en un entorno de total confianza. Su papel para mí, como para casi todos, fue fundamental.

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«Es imprescindible que las familias nos impliquemos en la educación.»

Criar a un hijo no es fácil. Y cada niño es único. A mi hijo Joe le gustan las matemáticas. A Nil, los animales y la naturaleza, pero los estudios le cuestan más… Así que le llevamos a refuerzo y le ayudamos, e intentamos que se lo pase bien aprendiendo, sin ninguna presión para que sea el mejor de su clase. Porque, al final, lo que sus padres esperamos es que sean buenas personas: generosos, trabajadores, con valores, abiertos y, sobre todo, capaces de conseguir sus metas haciendo lo que les guste. Y para ello, es imprescindible que las familias nos impliquemos en su educación. Nuestro papel ahora es clave para su éxito en la vida.

Entrevista: Ana Portolés
Realización: Rubén Plasencia