A mí nunca me gustó mucho estudiar. Y cuando llegó la adolescencia, la cosa se puso difícil. Por un lado, los entrenamientos de sincro empezaron a ir en serio; entrenaba ocho horas de lunes a sábado y me quedaba poca energía para los estudios, que también se estaban poniendo duros. Y por otro lado, mientras mis amigas se iban a merendar y a la discoteca, yo tenía que entrenar. Por suerte, estuve muy bien acompañada por unos padres que me dejaban seguir mi camino, pero asesorándome en un entorno de total confianza. Su papel para mí, como para casi todos, fue fundamental.

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«Hay algo que todos podemos darles a los niños: tiempo de calidad.»

Creo que para aprender es muy importante divertirse. Y esa diversión, compartida con la familia, es algo que me gusta de los Juegos Cabildo. Porque para aprender cualquier cosa, sobre todo cuando eres niño, es fundamental que te guste y lo disfrutes. Eso no significa que no haya que poner límites. Yo, por ejemplo, me esfuerzo para que valoren lo que tienen. A veces los niños son exigentes y pedigüeños, y ahí yo les digo que hay cosas que, si las quieren, se las van a tener que ganar. No soy una erudita de nada, pero intento darles buen ejemplo, porque al final nosotros somos su espejo.