Junto a mi mujer, Trini, tenemos tres hijos. A los tres los hemos educado de forma similar. No hemos hecho concesiones. El mediano tiene 28 años y se llama Álvaro. Es un chaval estupendo. Cada mañana lo primero que hace es pasear a su perro. Trabaja en una empresa de servicios. Se encarga de recoger la valija que llega a los distintos departamentos, la registra y la distribuye. Algunos fines de semana va al circuito de karts. También hace deporte: natación, pádel y fútbol sala. Es un chico muy sociable. Muy normal. Solo que tiene síndrome de Down.

 

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No es que un día, de repente, decidiéramos dar visibilidad al caso de Álvaro. No lo pensamos, pasó. En el 2010 estábamos compitiendo en el Mundial de Fútbol con la selección española y mi hijo me dijo que si ganábamos se subiría conmigo al autocar. Yo no le di más importancia porque veía la victoria casi imposible. Pero, al final, sucedió, y Álvaro se paseó con nosotros en el autocar. Fue algo totalmente espontáneo, pero todo el mundo se enteró de que teníamos un hijo con síndrome de Down. Y la verdad es que darle visibilidad y tratarlo con normalidad fue lo mejor que pudimos hacer.

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«Todos, en algún momento de nuestras vidas, podemos tener alguna discapacidad.»

Siempre me ha gustado Miguel de Unamuno porque era un hombre que respetaba a los que no pensaban como él. Y creo que deberíamos tenerlo más presente: hay que ser abiertos y escuchar a los que son diferentes a nosotros. Realmente deberíamos empatizar un poco más con las personas con discapacidades porque absolutamente todos, en algún momento de nuestras vidas, podemos tener alguna discapacidad, física pero también mental. Yo, por ejemplo, antes jugaba al fútbol y me movía bastante bien y ahora me cuesta andar. Y no es broma.

Realización: Octavio Roes
Fotografía: Marta Sesé