Si el destino es caprichoso, como se suele decir, con Francisco González se lo debe estar pasando ‘pipa’. Tras acumular dos décadas de férreo mandato ha encadenado dos dimisiones en menos de 3 meses. Además, será en ésta Junta de Accionistas, la primera que no preside y de la que ha escapado en el último minuto, en la que estará más presente para accionistas, periodistas y demás mortales. En resumen, el encuentro de este viernes 15 de marzo será el del ‘juicio final’ a la figura de González por los que han sido sus jefes, pese a que ya no ocupa ningún cargo en la entidad.
Con FG, como se le conoce en la jerga financiera, en el banco o no será inevitable que su nombre aparezca una y otra vez. Aunque no solo sea por el escándalo que le involucra con Villarejo, ya que el actual presidente, Carlos Torres, ya ha mostró en la presentación de resultados mejor cadera que Messi y una férrea defensa con aquello de que «está en manos de la justicia» o «este tipo de Investigaciones lleva su tiempo». Aun así, como sucesor, designado por el mismo González, debería responder ya no solo por el bochorno mediático que ha hecho el banco, sino por el lastre que han sido los últimos 20 años.
Más allá de cuestiones judiciales, para las que ya habrá momento de pedir responsabilidades cuando el juez se pronuncie, los accionistas si pueden (y deberían) poner en tela de juicio el legado palpable que deja atrás tanto FG como Torres, que no solo es su sucesor (elegido por el propio González), sino que también fue su mano derecha durante años.
El BBVA pasó de una capitalización bursátil de 41.000 millones a la llegada de González a poco más de 30.000 millones a finales de 2018
Un accionista, que ha sido el jefe de FG y Torres, podría preguntarse lo siguiente: ¿Le debo algo a alguien que ha hundido mi inversión desde su llegada? ¿Le debo algo a quién se ha llevado cerca de 150 millones por ello? ¿Le debo algo a quién se ha gastado cientos de millones en perpetuarse en la poltrona a base de despidos? ¿Le debo algo a quién ha utilizado a la propia empresa para sus intereses personales? ¿Le debo algo a quién ha manchado el buen nombre y la reputación de la entidad a la que he confiado mis ahorros?
Por suerte para los accionistas de BBVA, es bastante más fácil que obtengan respuestas a las anteriores preguntas que a cualquier aclaración acerca del ‘siniestro sistema’, la palanca de FG, que creó en colaboración con Villarejo. Aunque la respuesta es que muy poco o nada le deben los accionistas a su antiguo presidente.
En primer lugar, cabe decir que la máxima para cualquier equipo directivo, no hablemos ya de su presidente, es el de maximizar el valor de la empresa. Por los datos queda reflejado que FG fracasó estrepitosamente, ya que durante sus años de mandato la rentabilidad anual acumulada de BBVA ha sido del -1,39%. En concreto, la firma vasca pasó de una capitalización bursátil de 41.000 millones con la llegada de González a poco más de 30.000 millones a finales de 2018. Una situación que no mejora ni añadiéndole los dividendos distribuidos, ya que los más de 22.000 millones pagados se compensan con los más de 20.000 millones que ha pedido a través de ampliaciones de capital.
Para entender realmente la ruina que ha supuesto el paso de FG por el banco, no hay nada mejor que hacer una comparativa de la evolución de inversiones de 100 euros en distintos activos: un plazo fijo muy normalito con una rentabilidad del 2% se habría convertido en 148 euros, en el caso de invertir en Banco Santander la suma sería de 143 euros, en el caso de Bankinter 132 euros, mientras que si pensamos en Apple la cifra alcanzaría los 6.478 euros. Para sorpresa de los más fieles, los 100 euros invertidos en BBVA tan solo serían 75 euros cuando salió, aunque bueno podría ser peor y haber apostado por Telefónica en cuyo caso no se mantendrían ni 50 euros de los 100.
En definitiva, FG no ha creado valor, sino que más bien lo ha destruido. A cambio de tan loable trabajo, FG ha sido uno de los banqueros mejor remunerados de Europa, hasta el punto de que con tan solo tres años en el puesto se puso salario (con aprobación de la Junta) un 55% por encima del de Emilio Botín. En total, González ha engordado su cuenta bancaria en cerca de 150 millones de euros a los que se le suma un plan de pensiones como para jubilar a media España. Además, a esa cantidad se le deben añadir otros centenares de millones que han salido en forma de despidos e indemnizaciones para los que se postulaban como sustitutos suyos como el caso de Ángel Cano o Goirigolzarri.
BBVA, FG, VILLAREJO Y LA REPUTACIÓN DE LA BANCA
La infausta recopilación de logros de FG al mando de BBVA, que bien podría extenderse a la dudosa estrategia de internacionalización de la entidad, la desbocada inversión para liderar el cambio tecnológico o su tamaño menguante en España y Europa, se ensombrece todavía más a medida que se conocen más noticias sobre como utilizó la entidad para sus propios fines estableciendo un ‘juego de espías’ y que ha conmocionado a España.
Quizás ese sea el punto más fatídico de sus dos décadas, la utilización de su posición en el banco y aprovecharse de sus recursos para su uso personal. Una práctica que la empresa privada es hasta delictiva y por la que los accionistas (que son los dueños de la misma) deberán pedir explicaciones, aunque también es cierto que tampoco se puede culpar del todo a FG, ya que venía de la empresa pública dónde el dinero parece ser de nadie.
Como sea, el daño reputacional está hecho y el problema es que la banca vive de ello. Un banco por definición es una empresa quebrada, ya que si sus acreedores le piden el dinero que han prestado (cualquier depósito, fondo de inversión o fondo de pensiones) la entidad no tendría capacidad de devolverlo todo, por lo que habría que colocar el cartel: DEFAULT! Lo único que hace funcionar ese círculo, que muchas veces se vuelve perverso, es la confianza de que dicho capital está a buen recaudo y se hace un buen uso de él. No hay nada más, y la confianza que se gana en años se puede perder en un día.