Una roca sumergida en el mar es un escollo. Un escollo literal y un escollo que lleva a pique toda una política industrial de defensa. Un escollo frente a las costas de Noruega ha dejado el prestigio de la marina de guerra alemana hundida. No disponen de un solo submarino operativo. Y eso tras invertir más de 3.000 millones de euros en tener una de las flotas de submarinos más modernas del mundo. España, que espera con impaciencia la resolución del novísimo S-80, al menos tiene tres sumergibles disponibles –aunque muy veteranos– de la serie S-70, de los que solo uno está en carena.
En palabras del presidente del comisionado para las Fuerzas Armadas del Parlamento alemán, Hans Peter Bartels, “es un verdadero desastre para la Armada, es la primera vez en la historia que no habrá ningún submarino funcionando durante meses». No es sino reflejo de la sorprendentemente precaria situación del Ejército alemán, seriamente dañado por los recortes.
Ahora se ha sabido que una roca dañó hace unos meses el U-boot 221A de la marina de guerra alemana chocó contra una escollo sumergido frente a las costas de Noruega. El timón quedó gravemente dañado y tuvo que regresar a su base de Kiel, donde permanece amarrado en espera de reparación. Era el último submarino alemán operativo. Todos están en reparaciones, faltos de piezas para poder volver a la mar.
Además de la cinematográfica y trágica historia de Alemania con el arma submarina, los sumergibles son un sistema clave en el actual escenario mundial, tanto para las fuerzas armadas como para la inteligencia del país. Incluso para asuntos tan aparentemente remotos como la lucha contra el tráfico de drogas.
Una flota nueva
Por eso el Gobierno de Angel Merkel ha echado el resto en su arma submarina. Los nuevos sumergibles alemanes son bastante nuevos, botados todos en este siglo, entre el 2005 y 2012, en un panorama en que hay submarinos en servicio con 40 años de mar a sus espaldas. EN el esfuerzo renovador han entrado también las nuevas fragatas Type 125, capaces de estar 24 meses ininterrumpidos en la mar, en base a un sistema de automatización, tripulación reducida y puestos doblados. Eso sí, cada una ha salido al módico precio de 650 millones de euros.
Un arma industrial
Alemania, su marina de guerra, ha entendido como pocas las ventajas sociales del gasto en defensa. Kiel es el gran centro industrial naval. No en vano el comisionado Hans Peter Bartels es diputado por esta ciudad costera. Los astilleros Thyssen Nordseeverke han construido la mayor parte de estos buques. Solo el programa de submarinos ha supuesto unos 3.000 millones de euros. Eso sí, han facturado otros 6.000 de la serie gemela 214 a marinas de guerra extranjeras que han comprado el proyecto para sus flotas, caso de Italia, Turquía (con un sistema diferente, al «empaquetar» los materiales y ensamblarlos en sus astilleros, por 2.000), Corea del Sur o Grecia.
A pesar de lo embarazoso del estado de la moderna flota alemana, los submarinos de la serie 212 son un prodigio de la ingeniería. Cuentan con la planta de generación de energía AIP, independiente del aire, que les permite estar sumergidos tres semanas, sin necesidad siquiera de estar a profundidad de snorkel (toma de aire para permitir la combustión de los motores diésel y recargar las baterías). Diseñar esta planta es el escollo de los nuevos submarinos españoles, el proyecto S-80.
Sin dinero para botas
El calamitoso estado de la flota es equivalente al del resto de ejércitos alemanes. Esta semana se ha sabido que la brigada que debía desplegar en misión de la OTAN en los Países Bálticos no solo tiene carencias por falta de carros de combate operativos (el alemán Leopardo, paradójicamente), sino que las tropas carecen incluso de botas y ropa de abrigo adecuadas para las extremas condiciones climáticas del Este Báltico.
Un problema similar sucede en la aviación la mítica Luttwaffe, que en algunos momentos sólo ha tenido un puñado de cazas disponibles para las misiones domésticas.
La oposición achaca todos estos problemas del Ejército alemán a las drásticas políticas de recortes de la canciller Angela Merkel. Parece que su ejército, disciplinado, ha aceptado impertérrito colocarse en los umbrales de la más absoluta ineficacia. Siempre hay quien está peor.