El pasado lunes el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se reunió en un restaurante de Madrid con los líderes regionales de su partido, los también llamados ‘barones’ –y ‘baronesas’- del PP. A la reunión, además de María Dolores de Cospedal en calidad de secretaria general del PP, acudió también el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Y lo que parecía que iba a ser una comida de amigos, se convirtió en un pulso político importante.
La presencia de Cristobal Montoro tenía un sentido: hablar de financiación autonómica. El Gobierno ha iniciado las conversaciones para abordar el próximo modelo de financiación, y quería tener el respaldo de los ‘barones’ del partido para una propuesta con la que el Gobierno necesita encontrar el máximo consenso posible. Y eso porque el ministro Montoro tiene el encargo de acordarla sea como sea con el PSOE.
De ahí que tanto Montoro como Rajoy defendieran durante el almuerzo la posibilidad de incluir en el nuevo modelo alguna clase de ‘quita’ de la deuda que algunas comunidades autónomas tienen con el Estado. Una propuesta que nace del Partido Socialista y que cuenta con el respaldo de Podemos, pero no con el de Ciudadanos. La idea de Hacienda no es que la quita sea del cien por cien de la deuda, al menos no en una primera fase.
Rajoy confiaba en que los barones de su partido, alguno de los cuales también tendría una opinión favorable para poder luego vender ese acuerdo en su respectiva Comunidad Autónoma, respaldaran la iniciativa para favorecer el consenso en torno a un asunto tan importante. Sin embargo, desde el minuto uno se encontraron con la oposición radical del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, que se alzó con la voz cantante en este asunto.
Y es que el líder gallego, que ya aspira claramente a ser líder nacional y cuenta cada vez con mayores apoyos dentro del PP para suceder a Rajoy, no quiere que con la ‘quita’ pase algo parecido a lo que ocurrió con el cupo vasco, un asunto que también le está costando un serio desgaste al PP por parte de Ciudadanos. La contundencia de Feijo dejó en evidencia la debilidad por la que atraviesa el presidente del Gobierno, que al final tuvo que agachar la cabeza.