viernes, 22 noviembre 2024

España vista por un patriota triste

Por José Romero ‘Romel’

Resulta que España, siendo una nación pergeñada por Castilla –una Castilla inquieta por deshacerse de su regionalismo e inmersa en la lucha  fronteriza contra los musulmanes–, forjó un proyecto de internacionalismo quizás promovido por la capacidad de su ejército, fuerte y competente como ningún otro de la época; basado en valores como el deber, la fe y el honor, que la reina Isabel I fue capaz de atisbar incluso antes de su matrimonio con Fernando de Aragón. Fue este rey el que, convencido por su esposa o por su clarividencia política, comprendió cuan necesario era dejar atrás el hosco particularismo aragonés, para emprender la mayor empresa que el mundo ha vislumbrado.

Fue la unión de estos dos reinos, zambullidos en una empresa común, la que realizó el milagro de unir a pueblos tan diversos como los vascos y catalanes, gallegos y andaluces. Y todo se consiguió por la promesa de un futuro mejor para todos, un germen de ganancias y expansión, Castilla al oeste, al centro de Europa y al norte de África, y Aragón al Este, con el Mediterráneo como mar propio. Esta unión de intereses, resultó tan fructífera para la periferia, que trajo consigo uno de los mayores imperios conocidos y posiblemente de los que más duraron en el tiempo, pues imperios tan grandiosos como el de Tamerlan o Alejandro Magno existieron en tiempos pretéritos, pero ninguno sobrevivió a su fundador. Sin embargo, el imperio español fue degradándose con el tiempo, hasta finales del siglo XIX, donde comenzó a su vez la fuerza centrífuga de los nacionalismos ancestrales. Y la causa no fue otra que el agotamiento o la falta de un proyecto común. Así mismo, este hecho coincidió con el agotamiento militar, económico y demográfico de la dinámica Castilla. Castilla pagó, con su práctica desaparición como potencia, la idea de España y su imperio. Fue el terrible salario abonado por el antiguo reino y sus esfuerzos por construir una gran nación.

   El régimen franquista intentó contrarrestar esta fuerza de la periferia, hablando de España como “una unidad de destino en lo universal” o la “idea imperial”, pero solo soportó cuarenta años y fue impuesta por la fuerza y muy poca razón. La constitución de 1978, resultó ser muy condescendiente, en un vano intento de solucionar el problema, creando una serie de comunidades autónomas o prácticamente cantones, lo que logró envalentonar a los separatistas, hasta el punto de llegar a los sucesos ocurridos el año pasado; por lo que este sistema demostró que era un fracaso. Ni siquiera la entrada de España en la Unión Europea, convenció a vascos y catalanes de que entrábamos en la era de la globalización, por lo que era necesario unirse y no desunirse, dejar aparte costumbres, identidades e idiomas propios, con el objetivo de ser fuertes en un mundo cada vez más caótico económicamente, regentado por las grandes potencias del momento. Y aunque reconocían la importancia de pertenecer a una entidad mayor, pretendían que esta no fuera España. Supuestamente no la necesitaban porque en su peculiar forma de ver la realidad, estos nuevos países serian absolutamente necesarios para la construcción europea. Se trataba de una nueva empresa en común, como antaño lo fue España. Lo que ocurría era que ahora podían pertenecer de nuevo a un imperio del que supuestamente obtener beneficios, para sus empresas y su gente. Y no los iban a compartir con el resto de españoles, a los que llamaron poco trabajadores y nulos emprendedores.

De lo que no se percataban era que en realidad la alianza de Europa, no era otra cosa que la reedición del Sacro Imperio Romano Germánico, con Alemania como motor y jefe principal de la citada unión, y Francia como segunda potencia. De hecho, Gran Bretaña, allegada a sus primos norteamericanos de ultramar, nunca estuvo en ese imperio, como tampoco formó parte de verdad de esta Europa continental, tal y como demostró con el Breixit o proceso de separación de la Unión. Se trataba de un nuevo centralismo, que como se manifestó en la crisis de los refugiados, resucitó al primer problema grave las fuerzas centrifugas de los países de la Europa del Este, hartos del mangoneo alemán.

Los nacionalistas vascos se dieron cuenta de que una independencia forzada, no resultaba económicamente viable y además, pondría en entredicho la autoridad del partido gobernante ad eternum, que sería muy cuestionada por los elementos radicales de izquierda que ellos mismos habían preservado, con el objetivo de mantener en jaque al estado español. Además, el sistema electoral español beneficia a los partidos nacionalistas, por lo que eran necesarios en muchas ocasiones para la gobernación del país, lo que conllevaba grandes beneficios a cambio de votos. También se dieron cuenta de que fuera de España, sería mucho más sencillo disolverse en una unión compuesta por grandes estados centralistas como el francés, o nacionalistas como Alemania o los países de Este.

Sin embargo, los separatistas catalanes no quisieron entender que al no pertenecer al Reino de España, su identidad como pueblo supuestamente diferente-hecho basado únicamente en un idioma propio y en una supuesta singularidad histórica-, seria completamente destruida en un mundo competitivo, donde el idioma ingles es absolutamente necesario y la historia de Cataluña importa poco o nada. No supieron comprender que al menos, mientras fuesen españoles, se beneficiarían de un idioma que hablan 500 millones de personas en todo el mundo y que es la segunda lengua más estudiada en países como Estados Unidos o China. Así como de los indudables lazos que unen a la metrópoli con sus antiguas colonias. Porque las lenguas perviven si son útiles y cuanta más gente la hable, más necesarias serán.

Y en eso es lo que se equivocan los independentistas. Su separación de España significaría la disolución como país, engullidos en el afán centralizador de Alemania. Muy pronto se verían necesariamente hablando inglés y el catalán no pasaría de ser una lengua regional sin ningún peso en la escena internacional puesto que no tendría proyección alguna.

Es por eso que cuando los independentistas hablan de sentimientos, yo les antepongo la razón. La razón de seguir siendo un gran país con una historia memorable.


- Publicidad -