Para entender el caso de censura que ha sufrido Gregorio Morán hay que conocer al personaje. El escritor es uno de los intelectuales con más altura de miras y más críticos e independientes de nuestro país, tal y como ha demostrado con sus libros. Con estas obras de orfebrería cocinadas a fuego lento combina el autor la investigación y el látigo en menú perfecto. En plena Transición es detenido por un artículo sobre Roberto Conesa, «de mozo de ultramarinos, a militante socialista»: «A mí me detienen por aquel asunto del comisario Conesa. Y la detención ocurre en la misma redacción del periódico, Diario 16. Nunca tuve del todo claro por qué me habían detenido. Luego supe que el general Milans del Bosch estaba detrás. Me llevaron a la calle del Reloj número cinco, donde había entonces un famoso sitio de torturas. Pero no ocurrió nada.
Había un policía que me hizo los papeles y allí me quedé. Luego, delante del juez, pregunté que por qué había tenido que pasar allí la noche. «Mire, yo no lo sé —me dijo el militar togado— yo lo único que le puedo decir es que mi general Milans del Bosch me dijo: “quiero a ese chaval (que no debió decir chaval sino ‘ese hijo de la gran puta’) aquí mañana a las nueve”». A las nueve del día siguiente firmé y me marché». Con estas palabras a Jot Down, Morán rememoraba su primer escándalo involuntario, que no el último. En 1979 biografía a Suárez, saliéndose de la colección de tópicos que perseguían al personaje.
Aunque su libro de más enjundia, que solo ha cobrado valor a raíz del 15-M, es ‘Miseria y grandeza del Partido Comunista’. En esta rotunda obra Morán bucea en el archivo del PCE y ajusta cuentas con el pasado de la formación. El asturiano había escrito en el exilio para Mundo Obrero, con carnet de militante hasta 1976. Pero tal y como explicó en el citado libro, «si ganaban los nuestros perdíamos nosotros».
En aquel entonces muchos lo situaron en las cercanías del PNV por su obra ‘Los españoles que dejaron de serlo’. Esta tesis cobró fuerza porque él mismo reconoció en otra obra, ‘Testamento vasco’, que se puso al frente de La Gaceta del Norte para conseguir que la formación nacionalista tuviese un órgano que rivalizase desde la intelectualidad con el exitoso El Correo.
En 1991 Morán abofetea el discurso oficial en ‘El precio de la transición’, que es censurado en parte por Planeta en unas páginas dedicadas a Juan Carlos I. Más adelante escribe una biografía sobre Ortega (‘El maestro en el erial’), lincha tras diez años de trabajo a la intelectualidad española por su corrupción en ‘El cura y los mandarines’, editado por Akal tras nuevo intento de censura de Planeta, y se atreve con el nacionalismo catalán con ‘La decadencia de Catalunya contada por un charnego’, obra publicada en plena ola del procés. Nadie le recomendaba el envite porque su único medio de ingresos regulares era sus ‘Sabatinas intempestivas’, publicado por la misma Vanguardia que le acaba de censurar. Y no es la primera vez que alguien lo intenta, ya que una de sus compañeras de periódico, Pilar Rahola, replicó el año pasado un artículo de Morán al grito de «vomitivo, indecente y repugnante».
En el rebaño suele costar entender la independencia, y como ven Morán ha sufrido durante años censuras, exilios, detenciones, insultos y vetos. Porque no ha querido comulgar con las tesis oficiales con las que se envolvía el drama. Es el precio de la independencia que ha pagado verdadero maestro que sufre el erial en el que se ha convertido la casa que cobija a las élites culturales de nuestro país, todo ello a cambio de obediencia y silencio. Mucho silencio.
Gregorio Morán ha sufrido censuras, exilios, detenciones, insultos y vetos por negarse a aplaudir al Sistema
Ahora Morán sufre el silencio colectivo, colaborando tan solo con La Vanguardia, al menos hasta ahora, en el digital Bez, y publicando a través de la siempre valiente Akal. Este sábado «por órdenes del director» no aparecía su columna en la que cargaba contra la manipulación mediática en Catalunya: «Nunca se hizo tan evidente, desde los tiempos del franquismo, el dilema de estar con el poder o contra el poder. Y aquí entramos los plumillas.
Los fondos destinados a diarios como Ara, Punt Diari, TV3, que superan Canal Sur de Andalucía o el canal de Madrid, que ya es decir, cantidades de todos modos exorbitantes que pagamos todos los ciudadanos, desde Cádiz a Girona, y donde sobreviven 7 directivos de TV3 con salarios superiores a los 100.000 euros, podrán parecer una nadería frente a las estafas reiteradas del PP, pero describen un paisaje. Cobrando eso, ¡cómo no voy a ser independentista! ¡Qué simples somos cuando decimos que esos medios no los ve ni los lee nadie! Se equivocan y por eso estamos donde estamos.
El columnista- tertuliano podrá ser despreciado, y lo merece, pero crea opinión. En muchos casos es su única fuente de información. Son los Jiménez Losantos del Movimiento Nacional catalán. ¿Acaso el viejo “Arriba” del franquismo, o “Pueblo”, o las agencias gubernamentales las leía alguien? Pero estaban ahí, presentes, supurando la bilis contra el enemigo. Ayer como hoy. Son una especie de diarios virtuales, anónimos, a los que los idiotas echan una ojeada que les basta para saber por dónde va la cosa. Perdónenme que eche mano de la memoria, mi pariente más querida. ¿Se acuerdan del exilio de Joan Manuel Serrat en México durante el franquismo? ¿Qué cosas venenosas no se dijeron y tanto en los medios de Barcelona como en los de toda España? ¿Quieren que les haga un repaso de las cartas al director en la prensa catalana? Por cierto, que entonces esa bazofia se firmaba; ahora los canallas son anónimos». Sus jefes no.