Fue con el iPhone 3. Sí, ese fue el primer producto con una manzanita dibujada que me llamó la atención. Lo compré en 2.008 en España el día de su lanzamiento. Me comí la cola de rigor como si se vendieran las últimas entradas para el concierto de los Rolling Stones, y conseguí mi iPhone 3. Aun lo conservo y lo enciendo de vez en cuando. Funcionar, aun funciona.
Desde entonces he ido cambiando al ritmo que marcaban los de Cupertino. He ido comprando cada evolución del teléfono. Unas me han parecido un buen cambio, y que valía lo que costaba (por ejemplo, el Iphone 5 y luego el iPhone 6), y otras una tomadura de pelo a la que me intenté resistir al máximo, pero en la que acabé cayendo (por ejemplo, el cambio del iPhone 6 al iPhone 7, que a todas luces me ha parecido más de lo mismo).
Imagino que así, aunque me avergüence decirlo, me convertí en un fanboy. El momento de inflexión debió ser cuando convencí a mi mujer que se cambiara y dejara su Blackberry, después a mi madre, se lo compré a mi hija, y finalmente, se lo regalé a mi padre. Un capricho tonto como otro cualquiera. Me gusta el producto, me convence.
Si es cierto que Apple no quiere clientes y quiere creyentes, conmigo lo habían conseguido. Y yo encantado, estoy cómodo con él. O lo estaba.
La evolución del iPhone 5 al 6 traía un vicio oculto. Mayor pantalla, mucho mayor riesgo de rotura. Al principio fui extremadamente cuidadoso, pero soy descuidado y tengo un hijo muy pequeño que aprovecha el mínimo descuido para atacar sin piedad mi iPhone 7 plus. Ese era un mix que hacía predecible lo que terminaría por pasar. Lo intenté minimizar con cristales templados, con fundas a cada cual más estrafalaria (la única que me sirvió, aunque cara y fea, pero “a prueba de balas” era la de Live Proof), pero una y otra vez sucedió lo inevitable.
Con 3 terminales en casa lo de las pantallas ha terminado por ser una fiesta… no sé si existe el record del mundo de roturas de pantallas, pero mi familia y yo lo hemos reventado. Ya ni recuerdo cuantas. Pero seguro que da para comprar 2-3 nuevos iPhone con ellas. Si no era yo, era mi mujer o mi hija. Lo dicho, ha sido una fiesta.
El gasto de rotura de pantallas, y la dependencia del móvil era tal, que casi desde el principio empecé a cambiarlas en un servicio técnico no oficial. No sólo por la diferencia de precio –que podría ser un buen argumento-, sino también la velocidad.
Es absurdo hacerme 30 km arriba y otros tantos abajo por una avería en el móvil, así que pronto descarté las tiendas Apple y sólo valoré el servicio técnico oficial próximo a mi casa.
Cerca de mi domicilio, en el Centro Comercial Plaza Norte de San Sebastián de los Reyes en Madrid, están muy próximos RoselliMac (servicio oficial Apple) y unos chinos que venden carcasas y ofrecen servicio técnico. En el servicio oficial, es un suplicio dar mil datos personales innecesarios y todo tipo de explicaciones, perder el teléfono ¡4 o 5 días! mientras lo mandan a taller, sin mencionar los 180 Euros del ala que cuesta allí mi pantalla.
Así que me decidí desde el principio por la solución rápida. Acudo al chino: no hay preguntas, me ahorro unos 80 Euros, lo recojo en menos de una hora mientras hago alguna compra. El tío se ríe cada vez que me ve. Todos somos felices. ¡Vivan los chinos!
Esa dinámica la he repetido al menos una docena de veces (ya avisé que estoy cerca del record del mundo). Si el chino supiera hablar correctamente español, hasta me conocería por mi nombre de pila de tanto intentar –con escaso éxito- apuntarlo en su albarán.
En un reciente viaje al extranjero algo sucedió. No, no me cargué otra pantalla. Eso no sería extraordinario. Esta vez fue más sutil, me cargué el teléfono entero. Le entró agua. Y si, probé lo de meterlo en arroz, pero nones.
A mi regreso, y al ser algo mucho más sensible que una pantalla más, acudí al servicio técnico oficial a repararlo.
10 minutos dando explicaciones y datos de todo tipo, hasta que al final se lo llevan. En unos días tendré presupuesto. De hecho, me comentan que igual directamente me ofrecen un terminal al 50% de descuento “si no se puede arreglar”, ¡pues estamos buenos!
Me explican que Apple tiene terminales que en el proceso de fabricación tuvieron algún problema, se repararon y siendo nuevos, los ofrecen en casos de averías caras o que no se pueden reparar. Pienso “joder, espero que no sea para tanto” y me dispongo a salir de la tienda.
Apenas llegué a hacerlo. La voz del dependiente que se había llevado mi terminal grita a lo lejos. ¿Qué pasa? ¡Cabrones! ¿están atracando a esta pobre gente? Parece que no, todos los presentes me miran. El tipo viene presuroso hacía mí y me piden que entre de nuevo en la tienda. Viendo la cara de funeral de los otros dependientes pienso, “mierda, se les ha caído el móvil y lo acaban de reventar, ¡seguro!”. Pero no, por desgracia eso no pasó, fue peor.
El chico que lo había guardado en el almacén me mira como si me acabara de pillar con un iPad escondido bajo la chaqueta. Con gesto serio al fin escupe:
– Hay un problema en este teléfono. En este iPhone la pantalla no es original.
Se perfectamente que tiene razón. ¡Cómo para cambiarlas aquí con lo que cobran y quedarme cada vez 4 o 5 días sin el móvil! ¿Pero quién le ha dicho nada de la pantalla? Si no se enciende porque le ha entrado agua. Así que, el terminal es mío, y las decisiones también, sólo faltaba tener que pedir perdón por ello.
El dependiente sigue argumentando y yo ALUCINO:
– No vamos a repararlo. Si lo mandamos al servicio técnico lo devolverán. Apple no permite recoger terminales con un componente no original. Se niega a repararlos, debe llevárselo. Nosotros no se lo podemos arreglar ni cambiar por otro. Ni siquiera lo debemos recoger.
Me quedó pálido. Como soy muy cortito, creo haber entendido mal, e interpreto que ha pensado que quería una reparación en garantía. Le aclaro que no es el caso, que entiendo que si a un móvil le cambio un componente pierdo la garantía. Que me cobren lo que sea necesario. Me insiste: ni me lo recogen, ni lo presupuestan, ni me lo van a reparar:
– Son las normas. Vete a la Apple Store y “éntrales de buenas” a ver si te hacen caso y te quieren ayudar. Ellos a veces se lo saltan, pero generalmente no los aceptan.
¿Qué me haga 30 kilómetros de ida y 30 kilómetros de vuelta, para que el becario de turno se apiade de mi, y me perdone la vida, como si fuera un jodido delincuente?
¿Qué les pida “el favor” de que reparen un teléfono que me ha costado casi 1.000 Euros, cuando ya me han adelantado que “casi seguro” me cobrarán un 50% y me venderán otro? Pero, ¿hemos perdido el norte?
Me cabreo y les explico que he comprado 9 o 10 cacharros de estos y que me pienso cambiar “a esos teléfonos coreanos que anuncian por la tele”. A ser posible “de los que no estallan” específico para parecer más convincente. Asienten. En sus caras veo que están de acuerdo con mi enfado. De lo que no estoy tan seguro de que estén tan de acuerdo con que los Samsung no arden, intuyo ahí tienen más dudas, pero eso ahora da igual.
Salgo de la tienda como un proscrito. Como si tuviera 15 años y les hubiera intentado meter un billete falso y me hubieran pillado. Subo las escaleras. Entro en el chino. No me entiende un carajo, pero parece entender que ha entrado agua. Conoce tema. Él no lo sabe, pero ahora mismo es mi gurú de los smartphones.
Le explico que me han dicho que igual hay que cambiarlo. Se descojona.
– ¿El servicios técnicos de Apples, verdad?
Asiento con la cabeza. Se descojona otra vez.
– Sís, lo hacen siempres.
Ahora me siento tonto, pero al menos ya no soy un proscrito. Él se sigue descojonando de mí.
2 días después, 90 Euros de reparación y, muy amable, me regala el cristal templado. Le caigo bien y eso que no me entiende un carajo. Creo que eso del cristal templado ya lo hace siempre; soy como de la familia. Pese a que se sigue riendo cada vez que me ve, yo debo decir de nuevo ¡vivan los chinos!
Una marca que vende un aparato de 1.000 Euros y que además aspira a que repitas cada 1 o 2 años no puede negarse a repararlo y negar auxilio a un cliente. Es un abuso. Es prepotente. Es un insulto al comprador. Es una payasada. Otra cosa es que no lo cubra la garantía, eso es otro cantar, ya que ha sido manipulado. Eso es entendible.
Es como si Rolex no te quisiera arreglar un reloj, que te ha costado un riñón, por no cambiar la pila en el servicio técnico oficial.
Ir a una tienda a ver si «caes bien al tipo y se apiada de ti» y te lo recoge, cuando va a clavarte 500 Euros por una reparación, que ni intentarán y directamente te colocarán un nuevo teléfono es innecesario, es humillante, y no tiene sentido alguno. No es manera de tratar a nadie, y debe ser denunciado.
De hecho, hay en marcha en el Estado de Nueva York un proceso legal por este mismo motivo. La negativa de Apple a vender componentes originales para que puedan ser reparados sus teléfonos, lo que representa un abuso de posición dominante, y, de facto una desatención al cliente.
La prepotencia de las marcas «cool» no hace por agrandar su leyenda, sino por hacer caja y abusar del cliente, que, no teniendo porque ser cautivo, es presionado y obligado como si lo fuera.