Decía un presocrático que pensamos con la sangre que circunda el corazón. Es una de las sentencias más hermosas de la historia. En absoluto quisiéramos polemizar con un presocrático. Sin embargo, la clave está en el cerebro. Es el cerebro, no con lo que pensamos, sino lo que piensa y, en última instancia, lo que nos piensa.
Y aquí por «pensar» y «pensamiento» se entiende mucho más que el simple «cálculo», que la mera «racionalidad». La razón es una cosa y el pensamiento otra mucho más grande. Y ambas están ancladas en el cerebro.
Porque es el cerebro el que siente. Se dice que tenemos cinco sentidos. Todos ellos caben en un cerebro. Pues… ¿quién ve realmente? ¿Los ojos, el ego, la conciencia? El cerebro. ¿Quién oye? El cerebro. Y así hasta el final. El cerebro es principio y final, alfa y omega del saber y de la vida.
Por eso se le presta tanta atención, Por eso y porque, dada su complejidad, hasta fechas muy recientes no se lo comprendió bien. Todavía sigue siendo, de hecho, terra incognita.
Por eso también existen tantos mitos y leyendas a su alrededor. El más extendido reza así: el ser humano apenas emplea el 10% de su capacidad cerebral. Esto es algo que todos hemos oído alguna vez en la vida. ¿De dónde ha salido esta opinión? ¿Tiene algún fundamento?
El cerebro es principio y final, alfa y omega del saber y de la vida.
Hay quien cree que se trata de una opinión defendida por el mismísimo Einstein. No resulta sorprendente que un lugar común que, en este caso, afecta al mundo de la ciencia, busque amparo y legitimidad en el científico más popular de era moderna.
Por desgracia no hay constancia de que el padre de la relatividad llegase a defender tal teoría. En ocasiones también se busca la paternidad de la opinión en la figura de William James, psicólogo y filósofo estadounidense.
Pero lo que James decía, de una forma un tanto vaga, es que los seres humanos no aprovechan, en cuanto organismos, todos los recursos materiales e intelectuales de los que disponen. Así enunciado, esto podría aparecer en las páginas de cualquier libro de autoayuda de tres al cuarto.
Es interesante, con todo, la cita de William James, ya que pone sobre la mesa la palabra recursos. Cuando la psicología o la filosofía hablan de recursos, la gente tiende a desconectar. Se trata de recursos inmateriales, no mensurables, de dudosa existencia, por tanto. Pues nos hemos acostumbrado a creer que solo lo que se puede medir y pesar existe.
En cambio, el cerebro es software y hardware. Hay un correlato material evidente. Es como una materia prima. Procesada del modo adecuado, simplemente hay que apretar un botón para utilizarla. Así piensan, lo sepan o no, quienes sueñan, quienes tienen fe, quienes quieren creer la teoría del 10%.
Porque se trata de eso: cuestión de fe. Suponer que solo utilizamos el 10% de nuestra capacidad cerebral no deja de ser otro avatar más en el que se camufla nuestra esperanza.
Nuestra esperanza lo contamina todo. Creó a Dios, el más allá, la religión y la vida después de la muerte. En un mundo sin dioses, la esperanza ha seguido creando sus mitos. Se trata de una forma de consuelo y supervivencia: nuestra vida es miserable, de acuerdo, pero únicamente porque estamos usando solo 10% de nuestro cerebro.
Es tremendo reconocer que nos engañamos a nosotros mismos de la manera más idiota: ¿en qué sentido podría consolarnos el hecho de utilizar solo un 10% del cerebro? En otras palabras: ¿qué sentido tiene una potencia que sigue siendo potencia toda su existencia?
Porque, en definitiva, no, no es cierto que solo usemos el 10% de nuestro cerebro. Algunos, de hecho, no llegan ni al 1%.