Pues sí, la conducción cambia, y de qué forma. Y en la compañía de movilidad Arval nos lo quieren recordar, para que tengamos en cuenta que el proceso de adaptación de un coche con motor de combustión interna a uno movido por electricidad es diferente (de hecho, es más cómodo, y la complicación sería al revés: conducir un modelo con motor a explosión si nos hemos acostumbrado a uno eléctrico es bastante peliagudo, porque el toqueteo constante con la caja de cambios y la delicadeza con el embrague es algo que un eléctrico lo hace por sí solo, permitiéndonos más libertad y soltura a la hora de conducir).
Y es que un eléctrico no posee caja de cambios, ni embrague: funciona como un automático. Su par motor lo da al instante, y eso se traduce en unas salidas desde parado «fulgurantes». Nada que ver con la parsimonia de un motor a combustión. De manera que, al contrario que un modelo tradicional, en un eléctrico hay que ser cuidadoso con la aceleración para no «embestir» a los que van delante.
Conducir un vehículo eléctrico es fácil y agradable, pero hay que tener unas mínimas nociones si no nos queremos llevar un buen susto
Otra diferencia sustancial es que, en un eléctrico, la desaceleración funciona como un sistema de frenado. Mientras que en un automóvil convencional tenemos que pisar ligeramente el freno para desacelerar suavemente, en uno eléctrico, que suelen estar dotados con frenos regenerativos (recargan las baterías con las frenadas o en los descensos) simplemente con levantar el pie del acelerador bastará para notar cómo el auto reduce velocidad por sí mismo.
Por otra parte, cuestiones como la calefacción, que en un modelo de combustible fósil podemos usar tranquilamente hasta los 22 grados (a partir de ahí normalmente comienza a penalizar el combustible y no se aprovecha tanto el calor del propio motor) , en uno eléctrico estos sistemas pueden incidir muy negativamente en su autonomía. Por ello existen sistemas automáticos que conectan el climatizador o la calefacción y solamente se dedican luego a mantener constante la temperatura, ahorrando una preciada cantidad de energía de las baterías.
Y, por último, la diferencia fundamental está en la autonomía. Mientras que en un automóvil de combustión interna encontramos gasolineras casi en cualquier parte, uno eléctrico no solamente tiene menos puntos de recarga, sino que además tarda horas en recargarse. Exceptuando modelos como los Tesla, que superan con facilidad los 500 km de autonomía, en el resto de vehículos eléctricos lo mejor es planificar si vamos a emprender un viaje con el automóvil, y asegurarnos siempre que llevemos la batería a tope de carga.