Los más ricos, la clase más alta y con más poder adquisitivo, se instalan purificadores de aire en sus casas. Otros, adquieren modelos (como los Tesla) con kits para filtrar el aire que entra al habitáculo de sustancias nocivas (incluso de agentes de guerra biológica, unos 500 euros más de sobreprecio). Y los que se lo pueden permitir y no les apetece hacer lo uno ni lo otro, se van a villas costeras a vivir en palacetes. No, no estoy hablando de ciencia-ficción. No es una película tipo Mad-Max. Es lo que ocurre ahora. Es lo que está ocurriendo hoy.
En China, la clase alta adquiere purificadores para no respirar el tóxico y cancerígeno aire de sus mega-ciudades contaminadas por la industria y el automóvil. En Estados-Unidos, hogar por excelencia del Tesla, lo que quieren respirar a pleno pulmón como si estuvieran en un bosque virgen de Alaska compran uno de esos automóviles. ¿Y los demás? Pues por eso, por eso precisamente, para la gran mayoría de los que no pueden hacer nada de eso (u optar por soluciones más rocambolescas, que también las hay, como árboles artificales), se plantea seriamente el prohibir la circulación de automóviles diésel en las grandes ciudades.
Tres millones de personas mueren al año, según la OMS, por la contaminación del aire en las grandes ciudades.
El C40 (grupo conocido por las cuarenta ciudades en luchar contra el cambio climático) se reunió este pasado jueves en la sexta Cumbre Bienal de Alcaldes, en Ciudad de México. Allí se acordó poner de límite el año 2025 para la prohibición total de circulación de este tipo de vehículos (autobuses, camiones y coches particulares) en las ciudades de México, París, Madrid y Atenas. La finalidad es obvia: intentar frenar la elevada contaminación de la cual son los motores diésel uno de sus grandes culpables. Mientras tanto, hasta hacerse realidad la medida, se irá incentivando el uso de transporte público, la adquisición de vehículos eléctricos o/y híbridos y el uso de la bicicleta. Y es que según la OMS cada año hay unos tres millones de personas que mueren por causas relacionadas con la calidad del aire. O sea: tu diésel mata.
El principal problema estriba en los peligrosos compuestos de nitrógeno (NOx), y en las micropartículas que, especialmente los motores diésel, expulsan. La realidad es que, por mucho que se ha intentado limitarlos a nivel normativo, los motores diésel nunca han cumplido las especificaciones reglamentarias de límite de emisiones y, de hecho, jamás las cumplirán, porque por su funcionamiento este tipo de motor no se adapta nada bien a los sistemas de recirculación de gases (EGR) y demás soluciones, en trayectos urbanos con constantes paradas, apagados y encendidos. Porque eso destruye el motor diésel. Literalmente. Y por lo tanto muchos fabricantes han intentado ser lo más «flexibles» con estos sistemas, facilitando incluso que válvulas de recirculación de gases puedan anularse sin mucha complicación. Para que el motor no sufra.
De momento es aún temprano para que los ciudadanos vayan a los vertederos a arrojar sus coches diésel a la basura, pero es una más de las muchas llamadas de alerta, y debería escucharse porque la lucha contempla varios frentes: uno de ellos son los automóviles de más edad (en algunas ciudades europeas ya existen fuertes restricciones para la circulación de automóviles de más de veinte años), y otro el de los motores diésel. Curiosamente soluciones hay bastantes y, de hecho, los fabricantes de automóviles se están esforzando por hacer realidad más opciones: automóviles híbridos y eléctricos. Pero también el transporte público y sobre todo, y también, la bicicleta (eléctrica o convencional).
Lamentablemente, de aquí a 2025 aún queda mucho por hacer (y aún tendremos que sufrir varias alertas por contaminación, con el impedimento subyacente de la posible restricción al tráfico rodado por algunos periodos). Incluso puede que los legisladores acaben -como en tantas otras ocasiones- cediendo ante las presiones de fabricantes y de los grandes y poderosos imperios del petróleo (los países árabes, sobre todo). Porque esto llueve sobre mojado, y aunque a priori pareciera que la amenaza a la salud (y la contaminación ambiental y el cambio climático) sea por fin el empujón definitivo que debería hacer replantearse a la industria un modelo -el del automóvil diésel- claramente caduco, a día de hoy ese combustible sigue siendo más barato, y esos motores vendiéndose como rosquillas. Cuando realmente ocurra y los prohíban, que nadie se lleve las manos a la cabeza entonces.