La vulgata dice que –excepto los niños, las mujeres y los zurdos, que cuentan con el misterioso y célebre sexto– tenemos cinco sentido, como cinco lobitos tuvo la loba. ¿Cuál de ellos es el más importante? Dicho de otro modo: si fuera cuestión de vida o muerte, ¿a cuál renunciarías?
Interesante pregunta. Merece la pena plantearla en una reunión de amigos. Nadie quiere quedarse sin vista. Sabemos que, evolutivamente, es nuestro sentido más importante. También el que más nos condiciona. Cerebro, ojos y pulgar forman un triunvirato triunfante y avasallador: la historia misma no es más que el fruto de su contubernio.
Oído: no, mamá. Ya lo decía Sade: el oído es el sentido más importante para el libertino. Y, en el fondo, todos, hasta los más santos, como quien esto escribe, somos unos libertinos: ¿quién podría condenarse a sí mismo a no escuchar a Puccini nunca más?
Si fuera cuestión de vida o muerte, ¿a qué sentido estarías dispuesto a renunciar?
Gusto. Si el sexo es una las fuerzas (digámoslo así) configuradoras de lo social, y si ya Freud dejó bastante claro la relación entre comer y placer, ¿cómo renunciar al sabor de la oralidad? La propia homonimia de la palabra es toda una iluminación. Cierto, hay personas sin gusto. Pero eso no quiere decir que no paladeen una pintura, una obra de arte, una copa de vino, una vianda, sino que la paladean mal.
Tacto. No tiene sentido formularse esta alternativa. No podemos concebir a un animal, mucho menos a una persona, sin tacto. Se esfumaría en el ambiente como lágrimas en la lluvia.
Solo queda uno: el olfato. Y no hay fallo: hágase este pequeño juego en una merienda, en una reunión, en un encierro en el ascensor, y todos los presentes dirán, con buenas razones como hemos visto, que si tuviesen que renunciar a un sentido, ese sería el del olfato (esto es especialmente cierto en el caso de que la pregunta se formule en un ascensor en el que cuatro o cinco personas se hayan quedado encerrados a final del día: ¡cómo desearían todos no poseer en ese momento la potencia olfativa!).
Pues bien, resulta que, el sentido menos necesario, el sentido que consideramos más prescindible, es el único que nos mantiene con vida.
Los experimentos que se centran en el olfato se vienen multiplicando en los últimos años. Pero son los sorprendentes resultados de una minuciosa investigación dirigida por Jayant Pinto y publicada en la revista PLOS ONE en 2014 los que merecen nuestra atención.
El equipo de Pinto sometió a 3.000 voluntarios, hombres y mujeres de entre 57 y 85 años de edad, a la prueba más simple que podamos casi imaginar: identificar lo que los investigadores llamaron cinco olores básicos (rosa, cuero, pescado, naranja y menta). Como era de esperar, no todos identificaron los olores, demostrando, por tanto, que habían perdido, o estaban perdiendo, el olfato en mayor o menor medida.
Cinco años después de esta primera prueba, los investigadores llamaron a todos los voluntarios para que participasen en una segunda fase del experimento. No fue una sorpresa, teniendo en cuenta la edad de los participantes y, en fin, los avatares de la vida, descubrir que más del 14% (exactamente unos 430) habían fallecido. Lo que llamó la atención de los investigadores fue comprobar que, de esos 430, un 40% eran personas que en la primera prueba se habían mostrado incapaces de identificar los olores. Solo un 10% de los fallecidos eran con personas con un olfato sano y en perfecto estado.
40% de muertos en el lado de los de olfato destruido; 10% entre los de olfato excelente. No hay que estudiar en Harvard para llegar a las conclusiones que publicaron los científicos estadounidenses: las personas que habían fallado a la hora de identificar los olores tenían cuatro veces más probabilidades de morir que aquellos que habían identificado los olores. Así que ya lo sabes: si tu olfato empieza a fallar, mejor que vayas ahorrando para el entierro.